~Kokoro no Chizu~
The sky is the color of a paradox, our hearts are the color of tears
Embracing a faraway past, we transcend the times
If we now walk along the path that continues in the map of our hearts,
We can even grasp dreams that are distant and neverending with our own hands
It's a journey without an end, that continues forever to the end of time
Deeper than faraway lands and the sea itself, our feelings change the world while buffeted by strong winds
Estado: Relajada
Música que escucho: Under a Violet Moon (Blackmore's Night)
Download: Nada...
Endless Story: A continuación podrán leer la primera parte del episodio titulado "Cane furbetto". Este capítulo transcurre en paralelo a “Galleria dei ricordi“.
Calculaba que habían pasado más de tres horas desde que había sido encadenado. Quizás menos, para un prisionero cada minuto podía llegar a ser percibido como un mayor lapso de tiempo. Sabía que ella no se encontraba más en la casa, había escuchado el ruido de la puerta y luego visto efímeramente la figura de la reina dibujada en las ventanas. No sabía si la joven se había alimentado propiamente antes de marcharse, ni a dónde iría, había salido de la casa sin siquiera despedirse…
Su estomago rugió pidiendo alimento, tenía hambre, había pasado varias horas sin comer. El aburrimiento comenzó a sumirlo en un estado de somnolencia, si la cadena hubiera sido más larga se hubiera echado en el sillón a dormir, pero viéndose tan limitado su desplazamiento no tuvo más opción que descansar recostado en el suelo. Se quedó dormido y su mente produjo un sueño gastronómico, reflejo de su apetito sin satisfacer.
Colocó sobre una tabla de cocina todos los ingredientes necesarios para elaborar un Banana Split, y no tardó en descubrir que contaba con un asistente. Su seductor ayudante vestía un delantal blanco, era la única tela que lo cubría, atado en el cuello ocultaba el torso y el largo llegaba a las rodillas, y por la cintura ataba enlazado terminando por detrás en un moño, dejando espalda y nalgas al descubierto. Manchó la punta de la nariz del precioso muchacho con crema, y la limpió usando su lengua. Lo sujetó por la cintura, lo levantó y sentó sobre la mesada. El joven le dio de comer boca a boca una cereza, la aceptó encantado. –Quítate el delantal y recuéstate…-, le indicó tras tragar el fruto, deseando darle a su postre una base exquisita. Colocó con una cucharita helado en las tetillas del albino, quien se quejó por el frío sentir. –Pronto haré que te calientes…-, le respondió sonriente, y pasó a devorar el helado de vainilla arrasándolo con su boca, haciéndolo desaparecer hasta llegar a la sabrosa piel. Luego bañó los pezones y el ombligo de su ayudante con salsa de chocolate, contraponiéndolo al sentir anterior por encontrarse caliente, recién había sido derretido al fuego, lamió cada dulce zona. Después frotó un plátano contra el miembro ajeno erecto, chupó primero la punta de la fruta y luego la punta del pene del muchachito. –Definitivamente tu sabor es mejor… deberías darle nombre al platillo, Conejito Strip suena adorable…-, declaró dejando la banana de lado para dedicarse a degustar el bálano, en busca de succionar sabrosa leche viril.
Despertó antes del amanecer como era su costumbre, pero sólo que en esta ocasión alguien le hacía compañía. Se movió abruptamente sintiendo una pulsada en su parte trasera, se cubrió la boca para no emitir ningún sonido que le delatara, en su memoria brotaron como marea los recuerdos de la noche, y su rostro se cubrió de rojo haciendo un constraste demasiado delatador con su clara piel.
Cautela, uso toda la que tenía, y con bastante lentitud salía de aquella cama, primero por la molestia en su cuerpo y segundo porque prefería que su compañero siguiera durmiendo, no sabía cómo lo enfrentaría. Cuando se levantó la sensación de aquella obra tan…. Fue delatada por su estado, y eso… Se mordió el labio sin saber que sentir, un gusto, un placer concedido o simplemente algo pasajero, decidió vestirse rápido sin medir bien si tomaba todo lo suyo, sólo salió de aquella casa como un ladronzuelo siguiendo hasta su departamento.
Llegando a su departamento sólo se despojó de sus prendas y se metió a una larga ducha, pasando por una serie de gestos en su rostro precisamente de vergüenza. Cuando salió se tiro en la cama tras vestirse con algo ligero, durmió profundamente o al menos esa era la idea porque en su mente brotaron imágenes peculiares. Las neblinas de los recuerdos afloraron tan fluidamente que parecía estarlos viviendo en ese momento en ese justo instante. Se había levantado de la cama tomando entre sus brazos un pequeño lobezno, la habitación era cálidamente familiar, el pequeño que acunaba en sus brazos le causaba tanta ternura, besó sus mejillas y frente arrullándolo para que volviera a dormir.
El sollozo de otro pequeño se escuchó volviendo la vista hacia la cuna, pero, en un momento no avanzó más pues alguien más tomaba al pequeño, un lindo conejito que hacia resaltar sus orejitas y que tan pronto lo acunó aquel hombre en sus brazos se vio felizmente complacido… Despertó de golpe con esas imágenes cuando la persona en cuestión giro y lo vio… Eso era, en realidad ni podía definirlo, buscó su móvil para saber la hora pero no lo encontró.
Encendió la tele para verla en un canal de noticiario, allí notó que ya era tarde. Se levantó, pero decidió buscar primero su móvil antes de tomar un desayuno, aunque viendo de nuevo la hora en la tele sería en realidad comida así que decidió hacer lo primero. Preparó algo sencillo y saboreó mientras de reojo buscaba con la mirada, cuando terminó se levantó a buscar pero no estaba por ningún lado. Marcó su número para ubicarse por el sonido de la vibración pero nada, decidió hacer memoria de cada uno de los movimientos de su móvil pero era clara la respuesta a la que no quería llegar. -Caesar.-, declaró el nombre del culpable. Bien, su amigo no lo era pero que decía claro que lo era por hacer que estuviera en ese estado tan distraído pensando… Pensado en…. Bueno, debía de buscarlo.
Se tiró en la cama como repitiendo su despertar, como si de esa forma fuera a aparecer el móvil, pero estaba claro que era una absurda fantasía. Soltó un suspiro antes de buscar ropa para cambiarse, una camisa blanca, y un pantalón gris algo justo, estaba bien así de sencillo, sólo arreglo su cabello o de otra forma iría hecho desastre aunque estuviera bien presentado. En un último checo se reflejó en el espejo y lo notó, tocó la área herida, allí estaba un nuevo… Se mordió el labio, entonces eso también, bueno, estaba claro que si… Él… Él…. Agitó su cabeza, no, ya no tenía que atormentase si eso fue nada comparado con… Tampoco podía decirlo, así que lo dejó en su memoria, sólo se cambió la camisa por una camiseta blanca de cuello alto.
Un largo rato estuvo moviéndose de un lado a otro por la habitación, terminó limpiando perfectamente el lugar, lavando lo usado, la ropa, y todo, sólo hizo que la tarde fuera cayendo más. Suspiró una vez más, y se reprendió por no haber salido ya, así que decidió superar la vergüenza, tomar sus cosas e ir a la escena del crimen.
Decidió ir caminando así que ni tomo un taxi como lo hizo al volver, y fue con tanta tranquilidad que abrumaba el tiempo, seguro que ya habían pasado las horas como agua, pero aún con su larga camita llegó a una hora aceptable así que pudo llamar a la puerta tras desfilar sobre esta un par de minutos. No hubo respuesta, tal vez no estaba, así que sería mejor irse; su móvil no era indispensable, era un número que sólo Caesar tenía, y uno que otro con que hacia negocios, pero ninguno de ellos era importante, sólo su amigo, pero si estaba con él se lo regresaría. Dio la vuelta pero le pareció escuchar algo, así que de nuevo llamó, pero a no ver respuesta decidió por lo último, invadir la casa aunque tal vez mala idea… Su mente actuaba más lento que su cuerpo, pues abrió la puerta visualizando el interior.
La pulsera brilló transformando la escena dentro su mente, de pronto se encontró en un bosque en el amanecer, se vio con el torso desnudo y un pantalón hecho harapos, frente a un cadáver humano destrozado, en sus manos sujetaba un trozo del intestino. En un sobresalto se puso de pie tirando sobre el pasto el pedazo de carne, y contempló aterrado al desfigurado cuerpo que yacía sin vida ni rostro creyendo reconocerlo por el largo cabello plateado. –¿Aza… riel?-, se preguntó en voz alta, devastado lloró por haber destruido a quien tanto quería…
“Deja de llorar… No es él… pero si podría ser tu próxima víctima, tendré que tomar precauciones…”, fue dicho por una voz que le sonaba familiar. Apartó la mirada del muerto pasando a ver la imagen de un hombre de mediana edad, tez clara, castaño de cabellera corta desmechada, con mostacho y barba, ojos café, vestido con un traje negro. Giovanni Romanisio, era su progenitor, una persona que hace más de cuarenta años no se le presentaba en persona pero algunas veces irrumpía en sus pensamientos. “Como gobernante de estas tierras, es mi deber proteger a mi gente. Sacrificar a los hombres lobo es una solución demasiado drástica, anticuada, hay otra manera de enfrentar el problema… Decidí que fundaré un centro especial para tratar a personas malditas como tú, con todas las medidas de seguridad necesarias serán retenidos en las noches de luna llena, incluso contrataré a los mejores doctores para buscar una cura.”, escuchó expresarse a quien se figuraba como autoridad la resolución. Sabía que era una idea que había surgido solamente por un interés político, era ingenuo creer que su padre realmente se preocupaba por él. “Tranquilo, mantendré tu nueva condición en secreto. Supongo que no querrás que mi prometido te repudie por ser un monstruo... He notado que te ha tomado un cariño… muy especial… No le rompamos su preciosa ilusión maternal, asustándolo...”, concluyó aquella aparición de pesadilla.
Despertó perturbado, recordando el horror de haberse creído el asesino de su preciado amigo, recordando con desagrado el papel del prometido de Azariel que había jugado su padre. Se sentía enfermo, estaba agitado, mareado, con dolor en todo el cuerpo… Creyó no haber tomado suficiente antídoto, que eran síntomas de la intoxicación producida por el corte de la espada de su ama, pero en realidad era algo distinto, el inicio de un proceso de mutación. Su cuerpo pasó a transfigurarse, gritó por el sufrimiento del sentir tal brusco cambio. Se rompieron sus ropas al volverse más fornido, su espalda se ensanchó, su musculatura aumentó, su cuello se volvió más grueso y la cadena que lo ajustaba cambió adaptándose acorde a su nueva forma, las uñas de sus manos y pies crecieron como garras, su rostro se alargó hacia adelante transformándose en un hocico, de su boca se asomaban grandes colmillos y babeaba como perro rabioso, se volvió peludo, recuperó las orejas y cola que fueron características de su virginidad, y sus sentidos se agudizaron. No tenía la apariencia lobuna que solía tomar haciendo uso del arte del ilusionismo, había adoptado involuntariamente una forma hibrida entre hombre y animal.
Sus orejas se movieron alertas percibiendo ruido de pasos en la cercanía, sus fosas nasales se dilataron y contrajeron en repetición olfateando un delicioso aroma que se hacía cada vez más intenso por el aproximarse de su dulce presa. No tardó en aparecer un conejito en el umbral de la puerta, se puso ansioso al verlo, buscó abalanzarse hacia él, intentó zafarse de la cadena tironeando inútilmente, impaciente por acortar aún más la distancia que los separaba y atraparlo entre sus garras. Viéndose imposibilitado, bufó en su desesperación, reclamando molesto lo que quería y no podía alcanzar…
La casa parecía sola a simple vista, aunque no tardó en ser atraído hacia un punto. El trinar de un par de aros llamaba su atención, era como si algo o alguien estuviera encadenado, el sonido parecía llenar la oscuridad pues de pronto se oyó con mayor intensidad esos golpeteos como si fuera una especie de lucha. No era miedoso, era una persona fuerte, se volvió alguien con mayor influencia sobre sus sentimientos para poder sobrevivir en aquel mundo gris en el que se sumergió al entrar en la milicia, aunque en ese instante parecía realmente sentir algo de pavor. Una sensación escalofriante se instaló en su cuerpo haciendo erizar su piel, como alertándolo de no seguir sus pasos, pero aún así llegó hasta donde podía ver de donde provenían aquellos sonidos.
Detuvo sus pasos cuando pareció llegar al lugar adecuado. -¿Alguien está ahí?-, cuestionó estúpidamente, hasta él lo sabía, pero aún así la duda escapó de sus labios. Buscó con el palpar de su mano sobre la pared el interruptor para ver bien, pues en el fondo de aquella oscuridad las argollas chocaban y oía un extraño bufido como de un animal. Encendió la luz y esta fue llenando velozmente todo el recinto, haciendo que de pronto su mirada temblar, enfrente de él había algo que parecía sacado de alguna película. Un escalofrió tal cruzó su cuerpo, era una sensación alejada del miedo y realismo pues fue casi como si alguien atravesara su cuerpo para fundirse en él, el anillo que gobernaba en su dedo anular pareció volverse cálido.
-C-Caesar.-, tembló su voz y sus pies titubearon al seguir el camino hacia donde se hallaba aquella criatura “mística”, su mirada recorrió de nuevo como confirmando que era él, y se detuvo en la cadena que severamente se aferraba a su cuello. -Dios mío…- Pareciendo ser aquel punto el detonante de sus recuerdos se apresuró a acercase a él, y tomando aquellas cadenas entre sus manos acarició el pelaje con sus nudillos en su débil intento por liberarlo. -De nuevo te ha encadenado…- No había temor en su acercamiento hacia aquella bestia, pero de pronto nació una pulsada de dolor en su sien entremezclando aquellos lazos del pasado que abrían aquellos artilugios que tejían los antiguos recuerdos, como si un aló oscuro fuera invocado sobre ellos. El nacimiento del recuerdo, una memoria tan escondida del primer encuentro con aquella visión realista, esa maldición, aún era centro de miedo, y cayó hacia atrás apoyando sus manos sobre el suelo, pero, se borró de nuevo al escuchar sus gruñidos. Lo miró, lo abrazo, y rozó su rostro contra el ajeno, sintiendo el caluroso aliento de aquel hocico. -Lo siento… Lo siento…-, Se disculpó repetidamente por haberle temido por unos segundos, se aferró en ese instante, y separándose apenas dejó un beso sobre el hocico.
Se tranquilizó, dejó de seguir forcejeando, cuando notó que la distancia entre ambos se acortaba sin necesidad de ser él quien avanzara hacia adelante, cuando escuchó su nombre siendo pronunciado por una voz que lo encantaba. En esa forma no razonaba como humano, su comprensión del habla se volvía limitada, pero reconocía algunos sonidos y distinguía intenciones en los tonos de voz. No tardó en entrar en contacto con el ser que anhelaba, sintió el roce de las delicadas manos sobre su pelaje, entendía gestos perfectamente así que supo que esa persona buscaba soltarlo del encadenamiento, pero liberarse había dejado de ser un objetivo, ya tenía lo que quería… O eso pensó, de pronto el conejito saltó hacia atrás asustado, no muy lejos, pero estando su cadena estirada al límite quedó fuera de su alcance. Gruñó y resopló, colérico, exigiendo en su idioma salvaje que aquel que se había apartado volviera a tocarlo.
Volvió a calmarse, mostrándose dócil, cuando el muchacho arrepentido por mostrar horror recuperó el valor y se le entregó en un abrazo. El gentil beso provocó que su cola se agitara, reflejo de la felicidad que sentía. Después de unos minutos él mismo interrumpió el contacto, y pasó a juntar los trozos de tela del uniforme militar que se esparcían por el piso, acumulándolos para formar una superficie mullida. Indicó al joven, señalando con una de sus garras, que ese era el nido que había creado para él, que ocupara el lugar. Tenía hambre y como bestia tenía preferencia por la carne humana, pero jamás comería a ese hombre porque lo veía como su pareja… No saciaría su apetito carnívoro con él, pero si su apetito sexual que en ese momento se había vuelto predominante.
Se posicionó enfrente del albino que se encontraba sentado sobre las telas, estaría alerta por si intentaba huir. Posó sus garras sobre los hombros del muchachito y en un movimiento tironeó de la camisa haciendo saltar los botones, desgarrando la tela, despojándolo de la molesta prenda para dejarlo con el torso desnudo. En el proceso sus filosas garras hirieron uno de los hombros de su compañero, limpió la herida con su lengua. El olor a transpiración lo tentaba, descendió su hocico hacía abajo hasta detenerse cerca de la axila, levantó el brazo ajeno haciéndose espacio y metió en esa zona su nariz fisgona para olfatear esa secreción corporal que se había producido por el miedo de un encuentro de terror, lamió absorbiendo el salado sudor.
En ese instante Caesar era como cualquier otra bestia, sus limitaciones eran completamente notables, no había una consciencia humana sino pequeños destellos como un lobo domesticado, pero eso sólo era breve instante porque mayormente podía ser salvaje. Esos bufidos que no tenían palabras era su idioma, era su forma de comunicarse, sus rugidos que mostraban completamente su furia así como cualquier otro malestar apenas variando en la resonancia emitida eran como una adivinanza.
Lo vio moverse en el limitado perímetro que le daban aquellas cadenas, notando como sus garras tomaban aquellos retrasos de tela, viendo como se ubicaban una sobre otra, y en ocasiones al costado, era toda una esencia natural como aquel lecho que hacían los animales en los bosques, en la madriguera de la manada, sólo que aquel no era para toda una familia. Se distrajo brevemente en tratar de adivinar que ropa había usado ante aquellos retazos, volvió la vista al hibrido, era difícil saber cómo se había sentido por el cambio, era algo que aún no comprendía.
Sonrió notando como lo invitaba a ese lecho, entendía el concepto de aquello pero aún así deseaba estar a su lado, no deseaba dejarlo allí solo y atado, aunque por un instante llegó el miedo del primer encuentro, era también la emoción de algunos otros, el saber que no sería lastimado por él, al menos no por intensión. El peso de sus garras se instaló en su hombro, desvió la mirada unos instantes hacia ellas antes de volver la vista al rostro, notando en ese jadear lo que deseaba.
Figuró dolor en su rostro por aquel rasguño causado cuando fue descubierto por completo su torso, una sorpresa que le hizo escapar un sonido apenas de sus labios, un jadear reflejado en la sorpresa, sentía el arde de la herida pero fue teñida de calor por aquella lengua que cosquilleó su piel sintiendo el arrepentimiento de su Caesar. Acarició sus orejas entendiendo bien que no había sido su intensión, y en ese sorpresivo el olfato ya estaba explorando su cuerpo entre escalofrío agradable.
-¿T-Tienes hambre?-, cuestionó en suave voz, era un timbre más calmado y pasivo, era como si estuviera completamente hipnotizado por la bestia para ceder en la calma, mantenerse sodomizado como si fuera un arte anteriormente aprendido. Le permitió continuar en su recorrido apreciado, en el cosquillear de aquel respirar caliente contra su piel, contrayendo su vientre por el camino seguido, se mordió el labio. -Ahm… Espera…-, pidió, aunque sabía que era una palabra no comprendía del todo por aquel lado bestial desatado.
Le mordió una de las orejas, la sensación del pelaje cosquilleó en su paladar, no se separó todo de él, pero decidió continuar la obra de aquel lobo sobre aquellos rasguño que dejó en busca de destruir la ultima prenda sobre su cuerpo; bajo aquella mirada hambrienta de la bestia terminó por lucirse desnudo, en el enrojecer de su piel por donde las garras pasaron.
Su hocico siguió en descenso sobre el cuerpo ajeno, se detuvo en el vientre plano remembrando un ciclo de gestación de un pasado distante, cuando esa zona era abultada por guardar dos crías producto de su esperma. Lamió sobre esa área y luego emitió un sollozo agudo por la falta de sus bebés, quería recuperarlos y percibía una magia activa que le indicaba que su pareja estaba en el estado propicio para lograr la reproducción. Bajó más, metió el hocico en la entrepierna del albino y olfateó en esa parte intima el aroma del deseo de un sexo palpitante. Apartó su nariz, y con sus garras rompió las molestas telas que interferían con el acto de apareamiento. Se deshizo primero de los tejidos que cubrían la parte inferior de su pareja. Después pasó a quitarse los andrajos que cubrían su parte baja, unos pedazos de tela que habían quedado pegados a su cuerpo y habían estado oprimiendo su miembro, demasiado justo por un cambio que se había producido no solamente por una erección sino también por el ganar mayor masa al mutar.
Su pareja se dio la vuelta adoptando la pose del furor salvaje, arrodillado, con las piernas separadas, con las manos apoyadas en el lecho, para que él lo montara por detrás. Antes de adoptar la posición del coito dio lengüetadas entre el surco glúteo para con su espesa saliva ayudara a facilitar la penetración. Tras esa preparación, se dispuso a meter su órgano viril en el interior del albino. Su falo, de un tamaño mayor al de la anterior penetración, al introducirse provocó un dolor más intenso y sangrado. Movió su pelvis en un balanceo sucesivo, buscando eyacular dentro de aquel a quien convertiría una vez más en madre de sus preciosas crías.
Cosquilleo cálido era producido por el acariciar de aquel hocico, el respirar pesado de aquellas fosas nasales, la humedad misma acariciada por esa lengua, una sensación que era diferente a lo conocido. Lo miró al oírlo chillar recordando el naciente pasado del recuerdo de una leyenda sobre aquella remarcada área, y como si fuera enlazado con su amante sentía de nuevo aquel vibrante calor naciente de esa magia conocida, aunque ahora parecía fantasmal por una razón, pero allí nacía con abrazado deseo de existir.
El nacimiento de una profunda unión era más que el simple contacto de consumación de sus cuerpos, el dolor mismo compartido nacía con fuerte furor en su entrada, su palpitante anillo que rodeaba aquella hombría que ejercía salvajemente su intromisión a su cuerpo, el raspante calor sobre el dolor causado del rasgar de su interior que dejaba el lazo caliente y húmedo deslizarse lento sobre su muslo. Un quejido sobre un gemido era la presencia de mezcla del placer naciente de dolor, era como la presencia misma de toda una vida, el consumismo de tanto sentimiento. Ese acto podía ser abominable para muchos, el relacionarse con un hibrido, un ser mezclado en una bestia, pero estaba casi seguro que aunque fuera un lobo completo, un simple animal, terminaría de la misma forma. No era que se inclinara por actos tan pecaminosos, era sólo porque se trataba de aquella persona y sólo con ella podía caer hasta ese naciente infierno.
-Ah-mm-nm.- Contenía la voz cuando el fervor era tal que hacia danzar su cuerpo con violencia, el rasgar de su piel bajo aquella garras llenaba de un arder su carne pero a la vez era calor, uno fundido en el pelar de su cuerpo mucho más cálido que la sangre misma. Eran dos animales en ese preciso instante, y en un hueco de su mente se sentía terriblemente culpable por ello, el amor nacido de una traición era una dulce agonía. El eco de sus gemidos llenaba aquella habitación junto a esos bufidos calientes que acariciaban su nuca, y aún así una abrumadora presencia de humo abrió a pasados recuerdos, en la silueta de dos amantes se producía como un mosaico de memorias.
La mirada del pasado llegaba hasta un río donde alguien en sus orillas se encontraba entrenando con una espada, eran movimientos gráciles pero aún levemente torpes. Unos pasos le hicieron volver su vista haciendo bailar en sincronía hermoso cabello azulado en una calidez misma del hielo. -¡Giovanni!-, melodiosa voz juvenil alababa la llegada de un hombre de imponente figura, sus rasgos mostraban los años pasados, y sin embargo aquella edad presentada era cautivante en esa pose solemne. No tardó en llegar la presencia de aquella persona. -Bienvenido.- Sonrió con suma felicidad al verlo, un pequeño y esponjoso rabito se movía en su espalda mientras sus orejitas blancas como la nieve apenas acariciadas por un sonrosar se movían con gracia de emoción. Una conversación sin mayor procedencia se hacía, el conocer a esa persona había llevado años, una imposición impuesta por sus padres que estrictamente lo educaron pero aún cuando hacia todo lo posible por complacerlo nuca fue alabado pues siempre vivía en la sombra de sus hermanos. La primera vez que escuchó de aquel compromiso se horrorizó, pues tenía una idea completamente diferente del matrimonio, pero con fingida sonrisa de felicidad aceptó.
En una mañana de su doceavo cumpleaños conoció a su tan afamado prometido… El salto de tiempo era tan inconstante como su propio respirar aferrado por cada bocado del aliento, sus labios entreabiertos jadeando en apagada voz en momentos. La primera vez que habló con él estaba tan asustado que sus orejitas no se levantaron ni un poco, él no lo conocía pero al parecer el mayor si lo había visto antes, eso le sorprendió de tal forma que sus orejas alzaron en júbilo de curiosidad, aunque el mayor nunca le dijo nada sobre ese tema ocultándolo en un secreto. El vivía en la falda de una montaña con su familia, su casa era modesta pero acogedora para todos los miembros, su padre era un modesto comerciante, el primogénito de la familia un soldado, y el que le seguía un doctor con exclusividad de una familia al parecer aquella que le ayudó a cumplir sus estudios.
-Hm…C-Cae-sar…-, jadeó el nombre de aquel que asaltaba su cuerpo de esa forma tan bestial, el palpitar de aquel miembro tensaba su interior, capturaba esa hombría caliente, y era casi como desearlo tenerlo quieto allí entre sus paredes internas pero se estremecía en el danzar delirante del movimiento, en el sacudir de su cadera cuando abandonaba casi su ser para empujarse de nuevo, era tal el roce que le estaba llevando a sucumbir de tal forma que se humedecía, su hombría misma palpitando sin necesidad de mayor estimulo al punto de sentirse lleno, contrayéndose continuamente su interior.
En esos primeros años empezaba a tomarle estima, y no veía con horror ya ese compromiso, estaba casi convencido de que podía cumplirlo. No supo el porqué del retraso de aquella boda pues el siempre creyó que sería tan pronto como lo conoció, pero no fue así… Los días pasaron tan rápido que cada estación fue cambiando una tras otra cubriendo los años hasta aquella noticia que le hizo saber que tenía un hijo, y el contarlo por el hecho de que lo conocería, no, no era solo conocerlo, iría a vivir con ellos mientras los preparativos de la ceremonia terminaba…
Los recuerdo se rasgaron de tal forma que fuera como si fuera arrancado un velo con aquellas garras que lo sostenían de tal forma que se clavaron en su cadera causándole herida más profunda, pero aún bajo aquella presión no gritó de dolor sino de solo placer pues su cuerpo rompía en el estremecimiento de la satisfacción masoquista por la calidez de aquella simiente en su interior que de un ardor doliente se mezclaba con su sangre, apoyó su frente sobre las trazos de tela sintiendo sus piernas temblar.
Alzaba su cadera pegándola más contra aquella pelvis sintiendo aún ése expulsar de semen en su interior llenándolo, jadeó cuando la sensación se fue apagado, el desapegó de su cuerpo tardo un instante pues la sensación consumiente del placer fue tal que parecía su propio cuerpo no querer dejar aquella unión. Jadeó escandalosamente cuando lo sintió salir, su cuerpo descansó unos instantes sobre el mullido sintiendo a su bestia aún con más deseo. Se movió cuando recuperó algo de fuerza sujetado su hocico besándolo, era un beso tal que sólo daba en el acariciar de sus lenguas, un disfrutar propio de el de ser un primitivo animal como aquel que su consciencia era ocultada.
No le permitió tomar la iniciativa dominando su instinto con el rodear de sus dedos sobre aquella hombría nuevamente erguida, demandó llevar la rienda de aquel nuevo encuentro pues su cuerpo pedía un poco de consideración, así que en ese nuevo encuentro término montándolo. Olfateó su pelaje así como el mayor había hecho con su cuerpo, se restregaba contra él mezclando sus aromas, en ese momento adoraba a su bestia.
Su potente cuerpo bestial agitaba con desbordante pasión al delicado amante, lo sentía tan frágil por la considerable contraposición de complexiones, como si lo fuera a quebrar en el acto, pero a la vez tan fuerte cuando demostraba que el dolor se fundía con el placer denotando un dominante gozo. Su pareja se había rendido en una entrega no solamente para agradarlo a él, el disfrute era compartido. Los gemidos que fluían de la asaltada criatura en estado de éxtasis eran caricias sonoras para sus oídos. Una de sus manos delanteras sujetaba al tembloroso pasivo por la cintura, dándole soporte para ayudar a la parte trasera a mantener la postura ante el ataque, sus puntiagudas negras garras no retractiles marcaban la piel ajena.
En el delirio del poseer al hombre que despertaba en él un deseo olvidado, un territorio sepultado en el tiempo resurgió entre memorias perdidas. Fue liberado del encadenamiento en ambas dimensiones, en la de los recuerdos se le abrieron las mágicas puertas contenedoras y su ser excarcelado vagó por los pasillos de la torre destinada a los malditos. Silencio absoluto, no se escuchaban los aullidos que cada noche de luna llena escapaban de las celdas como reclamos de libertad. En muchos casos ellos mismos en estado humanizado se habían entregado al cautiverio, buscando reprimir la esencia salvaje que resurgía, y en el momento en el que el lado animal dominaba eran víctimas de sí mismos sufriendo la terrible agonía de no poder satisfacer sus necesidades.
No se topó en el camino con ningún equipo de hombres en batas blancas de los que solían encontrarse usualmente en el perímetro de esa zona, así que logró salir al exterior sin obstáculos. Se encontró entonces con un paisaje bañado por la radiante luz del sol, una rareza para una criatura de la noche poder caminar bajo ese astro, su mutación por alguna razón se había extendido más allá del tiempo habitual.
Como depredador se movió a gran velocidad por la inmensidad del bosque, buscando carne humana para devorar, pero cuando percibió dos presencias que le resultaron familiares en las cercanías desvió el objetivo. Al acortar la distancia, camuflado por árboles y su poder mágico, visualizó a la pareja...
La imagen se desvaneció de su mente y pasó a centrarse solamente en el presente cuando su latente falo llegó al punto de querer explotar en una lluvia de semen. El trasero de su pareja se manifestó con firmeza en una búsqueda desesperada por absorber el flujo de vida que expulsaba. Su miembro abandonó la estrechez del cálido ano tras la eyaculación, pero quedó deseoso de un segundo asalto. El muchacho de cabellos plateados acarició con la lengua la suya, su larga lengua sobresaliente en agitación por el éxtasis compartido.
Ayudó a su agotado amante adoptando una posición de sumisión, rodó en el suelo quedando boca arriba. Este montó sobre él, volviendo a formar la unión interna en un movimiento suave. Sintió el agradable despeinar de su voluminoso pelaje, la doble capa de blancos y grises era alborotada en una dulce fricción que provocaba el cuerpo ajeno.
Continuó su cabeza la remembranza de ese día de su pasado distante cuyo desenlace lo llenaba de orgullo. Su pelaje se erizó en la tensión de captar al macho alfa de la manada de ese territorio en un ritual amatorio que le provocaba celos. Tomaban un baño en el lago, el conejito vulnerable a roces directos sobre la piel desnuda se había vuelto presa de las caricias de un seductor lobo disfrazado de humano. Con cada toque, él sentía que su rival marcaba a aquel cuerpo proclamándose dueño, que estaba perdiendo. La provocadora imagen estimulaba su apetito sexual, por unos minutos se sintió impotente, inhibido por la actitud dominante del macho alfa, pero la furia terminó apoderándose de su ser dándole el valor de enfrentar al líder del lugar.
Salió del escondite, y supo que ese hombre lo había estado esperando. El conejito pasó del gozo al terror al descubrirse asechado por la criatura monstruosa que era él, su alma sintió un profundo dolor por el rechazo, pero no retrocedió en sus actos.
Su enemigo se mostró con aire de superioridad ante la amenaza, decidido a proteger lo que le pertenecía por derecho. Pero él ya no le temía, y en ese momento se sentía más poderoso que nunca, un beta que se había vuelto digno de volverse alfa. El confiar en sí mismo y el haberse fortalecido tras haber sido sometido a tantos crueles experimentos de pronto lo dejaron en ventaja, apartó al sujeto que era obstáculo y robó al novio.
-Ahmn… C-Cae... sar…-, arrastraba su voz por la sensación de placer, el movimiento de su cuerpo, el agitar de su cadera al ir capturando aquella hombría que golpeaba contra las paredes internas de su cuerpo, y el sonido morboso que llenaba el ambiente por la humedad esparcida por aquella simiente que llenaba su cuerpo hacía el acto más placentero, el cubrir de su ser como si fuera tierra fértil en ese instante.
Apoyó sus manos sobre los pectorales del mayor, y se dio más fuerza para alzar su cadera volviendo a dejarla caer en el golpeteo de las embestidas contra el cuerpo ajeno. Sus labios entreabiertos dejaban jadeos calurosos sobre el calor que bañaba en su cuerpo, sus mejillas lucían pintadas de carmesí acompañando al nublo de su mirada que brillaba, aunque en ese mismo instante se ocultaba la mitad de su rostro por la caída de su cabello. Dejó ver su mirada de cristal opacada, sólo uno de sus ojos rasgados se notaba, y el rocío del sudor acariciando, dejando un camino hacia sus labios donde su lengua asomó lamiendo lentamente aquella gota salada impidiendo su camino.
Se tensó arqueando su espalda hacia atrás, y descubrió su rostro apenas siendo rozado por algunos hilillos claros que se unían a su piel. Estaba inclinado un poco hacia atrás, se apoyó en la fuerza de sus pies para poder empujar más su cadera contra aquella hombría en el movimiento de sentirlo deslizar, era el de dar cerca y alejarse un poco para disfrutar de nuevo el golpeteo de la embestida, luciendo para él su cuerpo.
Los movimientos sobre su latente falo se volvieron más fuertes, estaba embelesado por el majestuoso baile de apareamiento que el joven realizaba sobre él. Apasionada danza de la lluvia, provocó que el semen de ambos en sincronía fluyera del cielo fálico en un espeso torrente blanquecino; el propio se fundió absorbido por la tierra madre; el ajeno salpicó al torso y rostro de él animal en celo. Se relamió el hocico con su lengua para saborear el dulce líquido seminal de la encantadora criatura de cabellera plateada.
Cuando su miembro viril fue soltado del pozo fértil, enredó las garras de una de sus manos en un mechón de plata que rebelde había vuelto a deslizarse hacia delante, y lo tironeó en un deseo de ser abrazado, queriendo que el muchacho tomara el descanso sobre su cuerpo caliente y peludo, para dormir dándole abrigo.
Sueños de la bestia durmiente se pintaron con momentos gratos, pero cuando resurgió su ser en el estado más humano una imagen de pesadilla perturbó su descanso. Dos bebés que su mente ya había dibujado antes, esta vez no en una tierna imagen hogareña, sino en un infierno en el que carecían de vida… Despertó con lágrimas que denotaban su angustia, tenía el cuerpo adolorido por alguna razón, pero insignificante ese dolor en comparación con el que embargaba su alma. También se sintió confundido por descubrirse junto a Azariel, y a la vez agradecido porque esa compañía irradiaba el dulce calor que necesitaba para serenar su turbado ser. ¿Qué hacía su amigo en la casa?, era una visita que le resultaba inesperada después de la separación sin aviso de esa mañana. ¿Cómo habían terminado en esa situación?, durmiendo pegados y desnudos como pareja que recién había hecho el amor, si Ran entrara en ese momento a esa sala lógicamente eso pensaría... Se había quedado dormido esperando el regreso de ella, ese despertar le provocaba extrañeza. Se refregó el rostro con una mano intentando borrar las lágrimas, notó entonces que la pulsera no se encontraba más en su muñeca y consideró si la magia de esta había influido en aquella situación, se dispuso a despertar al muchacho en busca de una explicación. –Aza... Aza... Aza…-, lo llamó repetidas veces por el nombre abreviado, mientras lo acariciaba con las yemas de los dedos en la espalda.
Se ahogó en el placer total cuando el orgasmo acarició su cuerpo, el sentir el fluir de aquel semen de nuevo llenar su interior, un estremecimiento alargado que acabó en un agradable cansancio. Sonrió aceptando acomodarse sobre el pecho de aquel lobuno ser, era cálido, la sensación de su cuerpo necesitaba de aquella pausa de descanso, sus ojos lentamente se fueron cerrando olvidándose de aquel lugar por completo para soñar.
-¡Me gusta!…-, dijo con una radiante sonrisa colgándose del cuello del mayor, le dio un beso. -Es perfecta.- Alzó la vista hacia aquella pequeña casita que se hacía su nuevo hogar, se sentía feliz tan rebosante de ese sentimiento porque no sólo estaba con la persona que más quería sino que también su cuerpo daba nueva vida. -Seremos felices.-, aseguró apremiando a su conyugue con un nuevo beso esta vez más profundo y duradero para quererse aún más.
El recuerdo fue interrumpido a ser llamado de nuevo hacia el presente, el anillo fue disminuyendo el brillo pero quedaba aún rastro de aquella luz, abrió sus ojos lentamente mirando a su amigo, su cuerpo aún se sentía algo cansado y un poco adolorido. -Caesar…- Se sonrojó de pronto porque la cercanía era tal, y ni que decir cómo se encontraba, se hizo para atrás pero se quejó por el movimiento brusco, su cuerpo aún no estaba acostumbrado a todo aquello menos con… Su consciencia se borró por unos instantes, sus dedos acariciaron algo que hizo brillar de nuevo con intensidad el anillo, lo tomó. -No lo pierdas.-, le dijo con una sonrisa dulce para sujetarle de nuevo la pulsera en la muñeca, aunque no tardó en ver perturbación en su alma. -¿Estás bien?... Pareces estar abatido por algo…