Darkstalker’s Song


~Trouble Man~
Gonna be trouble, It's gettin' out of hand
Gonna be trouble, But baby I'm the man
I'm gonna save you, I'll be your knight, I'll be your saviour
How 'bout tonight, I will love you

Estado: Soñolienta
Música que escucho: Missing Link (Novels)
Download: Nada...

Endless Story: A continuación podrán leer la primera parte del episodio titulado “Cleopatra regina“.


Despertó sin compañía, con dolor de cabeza. Miró el reloj de la mesita, eran casi las doce del mediodía. Manteniéndose recostado, tomó entre sus manos las orejitas de conejo blanco y contemplándolas rememoró todo lo que había acontecido horas antes. Se había excedido, él mismo había terminado por volver confusa la relación con su amigo. Comprendía por qué el conejito había huido, sería… extraño enfrentarse después de eso. Intentaba explicarse a sí mismo por qué había llegado tan lejos, y por qué estaba teniendo fantasías con esa persona, no solamente había soñado que le hacía el amor, también que tenían hijos… Debió deberse a su frustración, se respondió…

Se levantó de la cama; vistió un uniforme militar de etiqueta para verse presentable ante su reina el día de la ejecución, camisa blanca con corbata en verde oscuro, capote ajustado con cinturón, pantalones y gorra de plato en mismo tono de verde, guantes blancos y largas botas marrones; desprendió de la pared una espada, que aunque había estado funcionando como adorno tenía filo y poder mágico, era una pieza rara en el mundo capaz de exterminar por completo un alma; y listo se dirigió a los aposentos de su ama suponiendo que aún allí se encontraba. No pensaba inventar excusas por las faltas que había cometido, había atentando en contra de los deseos de su soberana y aceptaría la culpa.

Golpeó la puerta, y al recibir la indicación entró. La vio sentada sobre el lecho aterciopelado, con la vista inmersa en la pantalla del teléfono móvil, como si esperara alguna respuesta. Inevitablemente acarició con la mirada a aquel cuerpo en las zonas íntimas, podía ver a través del camisón de fina tela con transparencia a aquella figura femenina que se mostraba sin vergüenza. En vez de cubrirse con la bata o las mantas, allí estaba ella exponiéndose descaradamente ante los ojos del lobo que durante siglos había deseado comerla. Consideró la bonita vista un último placer antes de la muerte.
Se arrodilló frente a la dama, mostrándole el arma con la que pretendía que su vida fuera tomada. - Yo, lo siento… siento sinceramente el grave perjuicio que le he causado, le pagaré con mi vida.-, expresó recuperando en su hablar la formalidad que había usado para dirigirse a Ran en el pasado. Reclamaba ser castigado con la muerte, aunque en realidad era más un pedido de ser liberado, peor castigo sería vivir siendo odiado por la persona amada, perecer le daría paz…


Aquel sábado despertó melancólica, y buscaba razón a su sentir. No tenía planes para ese día, quizás su tristeza se debía simplemente al ser consciente del aburrido porvenir. Cuando se incorporó en la cama, vio la pantalla de su celular, que se encontraba sobre la mesita, brillar marcando que tenía un mensaje de texto sin leer. Se trataba de una conocida del teatro, leyó que esta la invitaba a visitar una galería de compras que tildaba como “curiosa”. Ya había recibido invitaciones antes por parte de esa mujer, salidas que había rechazado por no ser de su interés, pero ese día se vio motivada a aceptar. La propuesta no le sonaba mal porque disfrutaba los paseos de compras, y que denominara a la galería como fuera de lo común la hacía sonar interesante. Tomó el mensaje como una respuesta a su silencioso llamado de auxilio al destino, iría en un intento de levantar su ánimo, así que preguntó a su compañera cual sería el punto de encuentro.

Estaba esperando un nuevo mensaje, cuando escuchó a Caesar golpear la puerta. Se encontraba tan distraída con su teléfono que no prestó cuidado alguno por cubrirse al dejarlo pasar, el camisón que estaba usando era de falda muy corta y la tela translucida ajustada permitía distinguir las zonas que una señorita recatada no debía mostrar indiferente.
No prestó demasiada atención a su amigo hasta que lo escuchó hablar de forma peculiar, recién entonces apartó la mirada de la pantalla. Aquella entrada dramática parecía irreal, era como si sus conocidos se hubieran puesto de acuerdo para divertirla. No sabía cómo reaccionar, en realidad tenía ganas de reírse, pero no estaba segura de si esa escena era un juego o en serio. ¿Acaso pasar la noche viendo una película gore erótica le había inspirado un juego masoquista?, ¿o tenía interés por incursionar con su ayuda en el mundo de la actuación?, ¿o acaso era el día de los inocentes?... ¿Qué tan terrible mal pudo haber cometido un perrito obediente como Caesar?, aunque como podía llegar a ser exagerado no descartaba que fuera un acto verídico.

Permaneció unos minutos en silencio contemplando al soldado, ese uniforme le sentaba demasiado bien, aunque… algunas heridas de guerra lo harían lucir aún más atractivo, ella le ayudaría a retocar el disfraz. Fingiendo estar realmente enfadada, lanzó en contra de su subordinado flechas de hielo cortantes, causando rasguños en las ropas, incluso llegando a teñir en sangre algunas partes de la tela al dañar la piel.
-Perrito malo… ¿Qué fue lo que hiciste?, ¿quemaste el almuerzo?-, bromeó para romper la tensión, en el caso de que realmente Caesar se sintiera en falta. –No, no, no me respondas. Lo que sea que hiciste, te perdono… pero deberás complacerme llevando ese uniforme el resto del día, y llámame capitana.-, ordenó.


Era repetir un momento de su pasado distante. En su primera vida se atrevió en un impulso a lo prohibido intentando formar parte de un acto en el que no encajaba, propasándose con su rey. Después de haber cometido tal falta, se inclinó ante el trono de su gobernante exigiendo el castigo que merecía, no sin antes declarar el sentimiento de amor que durante años había acallado. Al no ser ejecutado, pensó que había dado lástima… Luego comprendió que si su amo no lo había aniquilado desde el instante que cometió el desliz, era porque este le tenía estima, y se sintió afortunado… Y así se encontraba él una vez más, reclamando ser exterminado.

Su ama le dedicó una expresión de desprecio, bajó la vista porque tras aquel gesto sintió que no le quedaba dignidad alguna para mirarla a los ojos, ni fuerza alguna para soportar el ser odiado. El frío y cortante hielo provocó heridas sobre su piel, no profundas, esperaba un ataque mucho más cruel en realidad, aunque lo cierto era que en ese momento ella podía físicamente torturarlo en vida de las formas más brutales imaginadas y estaba seguro de que para él significaría nada en comparación al intenso dolor que sentía su corazón.
De pronto la escuchó preguntar en tono juguetón cual había sido la falta, entonces la miró a los ojos extrañado. –El su…-, se disponía a preguntar sobre lo que había soñado, pero ella lo interrumpió. Estaba seguro de que no había escuchado mal, Ran había pronunciado el nombre de Kyrus en sueños, ¿acaso ese hombre no había logrado salir del torbellino de las memorias perdidas? Su dama siguió expresándose como si realmente no supiera a que se debía tal escena, claro estaba que no recordaba al que tanto amó, de ser así estaría desesperada preguntando qué había pasado con aquel y preguntando donde encontrarlo. ¿Acaso ella no recordaba el sueño?, era normal que las personas no siempre tuvieran tras despertar remembranzas de lo que habían soñado. ¿O acaso ese individuo había sido percibido por Ran como mera fantasía?

Decidió no preguntar al respecto. El crimen ya lo había cometido, y mientras no fuera descubierto seguiría actuando egoístamente, porque lo prohibido algunas veces podía volverse aceptable, para eso debía esforzarse por ocupar un lugar aún más especial en el corazón de la reina. –Yo… iré a preparar el almuerzo.-, expresó buscando escapar de aquella escena innecesaria que había montado. Aunque la joven ya lo había liberado de la gran tensión, aún se sentía algo incómodo.


Esperaba poder jugar más con Caesar, pero este quería escapar para encerrarse en la cocina. –Luego… Recién despierto, no tengo apetito aún… Ven aquí…-, ordenó dando unas palmaditas sobre la cama, mostrándole el lugar donde quería que se sentara. –Buen perrito.-, le dijo al tenerlo junto a ella. En segundos pasó a sentarse sobre el regazo de su subordinado, reclamando ser mimada. –¿Qué pasa, soldado?, ¿Y mi beso de los buenos días?, ¿acaso el entrenamiento militar les enseña a no ponerse acaramelados?-, bromeó por sentirlo distante. –¿Va a decirme que no es correcto que un soldado actúe dulzón con su superiora?... Le digo que por el contrario, es una forma de mostrar sumisión… Ahora debe consentirme mucho más que antes.-, ordenó y le acarició el rostro. Ese hombre la había malcriado y debía hacerse responsable, no quitándole el afecto diario sino por el contrario dándole mucho más, especialmente en un día como aquel… en el que se sentía tan vacía.

-Este olor…-, dijo percibiendo una esencia bastante pronunciada estando en contacto con el cuerpo ajeno. –Olor a perro. ¿Qué actividad hizo para transpirar así en un día fresco como este, soldado? ¿Realmente estaba tan nervioso por ser ejecutado? ¿O tuvo un entrenamiento intensivo esta mañana?-, bromeó con él. Apestaba, pero no le causaba mayor molestia, lo quería con ella, así que por el momento no le dejaría ir a tomar un baño.
Acarició con las yemas de sus dedos el nombre mágico que se encontraba tatuado en el pecho izquierdo de su salvador, la parte que había quedado al descubierto por un corte de la tela, un grabado precioso que se había copiado en su propia piel. De pronto notó un cambio llamativo en el cuerpo ajeno, lo percibió bajo su propio cuerpo. –¿Qué significa esta reacción? ¿En qué perversiones está pensando, soldado?-, cuestionó moviendo su trasero para causar fricción sobre la erección que era evidente.


Se disponía a irse, pero recibió indicaciones de permanecer en la alcoba. Dejó la espada en el suelo, y pasó a sentarse sobre el lecho junto a la joven. No tardó en tener a la preciosa leoncita sobre su regazo, actuando como minina mimada. La escuchó reclamando el beso que él acostumbraba a darle en la frente tras cada despertar, realmente había sido descuidado por ignorar tal detalle. Definitivamente ella no estaba descontenta con él, debía relajarse y dejar de actuar como criminal. –Los soldados debemos endurecernos para el campo de batalla, eso no significa que debamos perder la delicadeza en el trato con quien adoramos. Muchos creen que los sentimientos nos vuelven débiles, yo considero por el contrario que tener a quien dedicar nuestros besos y caricias no nos vuelve blandos, sin tener a alguien valioso que nos motive a luchar no podríamos dar lo mejor de nosotros. Sepa disculpar mi falta de respeto, usted tiene razón, es deber del soldado complacer a su capitana.-, expresó y dejó un beso gentil en la frente de la dama.

Cuando la escuchó hacer énfasis en su olor, por un instante consideró que el buen olfato de la leona había podido percibir el aroma de otro animal impregnado en su propio cuerpo, se sintió nervioso como si hubiera sido un infiel, aunque él y Ran no eran novios se sentía como si la hubiera engañado. Tras una pausa ella aclaró qué tipo de olor captaba, ciertamente… había tenido un entrenamiento intenso con su cadete esa mañana… Se preguntaba, ¿Ran estaría jugando con él por haberlos escuchado?, ¿o habrían sido los gemidos y el rechinar de la cama ruidos camuflados por la distancia de los dormitorios, las gruesas paredes, y los sueños de la doncella? Permaneció en silencio, sin responder a la cuestión.

Comenzó a peinar con sus dedos el desordenado cabello castaño, desde el cuero cabelludo hacía abajo repitiendo el movimiento, sabía que a su señorita le gustaba y él podía pasar horas acariciándola de esa forma sin cansarse. Sintió el cosquilleo sobre su nombre mágico, aquel que se había vuelto sublimemente precioso al convertirse en un fuerte lazo que unía sus destinos. El fino bretel del camisón de muselina de seda se deslizó del hombro de la joven, pasando así a quedar parte del tatuado libre de tela. Él también quería deslizar sus dedos sobre la marca igual a la suya, darle placer a la doncella al acariciar aquellos pechos voluptuosos e incluso una zona mucho más sensible. En el pasado había sido pateado al rozar una zona prohibida, era tiempo de probar si había aumentado de rango… Inevitablemente al tener a su diosa de esa forma tentadora, su miembro se puso erecto siendo notado. Que ella lo provocara lo tomó como un permiso a seguir sus deseos… -Estaba pensando… en nuevas formas de consentir a mi capitana…-, se quitó el guante y acarició con sus dedos el nombre mágico que decoraba la parte superior del pecho derecho de la fémina, y luego haciéndose espacio debajo de la tela morada pasó a estimular el pezón poniéndolo erecto.


-¿A esto se refería con… “endurecerse” para el campo de batalla, soldado?, bromeó y detuvo el movimiento sobre el miembro viril. Escuchó la respuesta susurrada, y una mano intrusa se coló bajo su prenda… -Viejo perv…-, estuvo por oponerse a ese contacto lujurioso por el cual no había ordenado ni dado consentimiento, pero suprimió la queja y lo dejó continuar. Ella misma lo había estado provocando… Jugando… ¿Creyendo que Caesar se mantendría firme como soldadito inglés?, ¿o en el fondo lo que estaba buscando era…? Cerró los ojos negándoselo a sí misma, todo eso estaba pasando porque sus compañeras de trabajo le habían metido en la cabeza ideas extrañas…

-Nnh, mas…-, demandó contradictoriamente a sus pensamientos de negación, porque aquellas caricias le gustaban y su cuerpo se estaba calentando. Lo empujó recostándolo en la cama, montada sobre la cintura de él se quitó el camisón que estorbaba quedando solamente vestida con unas bragas de encajes rojos, le quitó el guante que faltaba y atrajo a las manos masculinas colocándolas sobre sus pechos exigiendo que ambos fueran tratados por igual.

-Tú y yo… somos…- ¿Qué era Caesar para ella? Cuando sus compañeras del teatro se lo preguntaron muchas posibles respuestas pasaron por su cabeza, su novio no había sido una… “Su mascota, su sirviente, su único amigo, su padre”, en realidad podía decirse que era todo eso, pero luego de meditarlo un rato terminó por denominarlo frente a ellas “como un padre”, una figura paterna ideal en realidad, lo opuesto a su padre legitimo… Una de esas mujeres dijo que era una lástima porque hacían buena pareja, y porque aseguraba que Caesar la quería de una forma que excedía el límite de lo fraternal; otra bromeó diciendo que le crearían un complejo de Electra si seguían cuestionando sobre el tema; una molestia dijo que entonces tenía libre camino para conquistar a Caesar, que se convertiría llegado el caso en su madre…

Se apartó de pronto rompiendo contacto, sintiéndose confundida. Apresurada agarró la bata que se encontraba sobre el respaldo del sillón para cubrirse, para que su cuerpo desnudo dejara de ser contemplado por ese hombre. -¡Eres un pervertido, padre!-, le gritó alterada y corrió para escapar del cuarto, dio un portazo al salir.


Pellizcó el pezón erecto con suavidad al escucharla enfadada, la queja fue ahogada y se sintió libre de continuar. Prosiguió los movimientos circulares con las yemas de sus dedos sobre aquel botón que era punto erógeno de la fémina, y ella no tardó en reclamar más contacto. Pasó a estar su espalda recostada sobre el lecho, sus rodillas permanecieron flexionadas como cuando estaba sentado, manteniéndose sus pies sobre el suelo. La domadora lo montó seductoramente, exigiendo más placer. A la orden de su capitana frotó ambos pechos, usando no solamente los dedos sino también las palmas para estrujarlos. Tan suaves, tiernos como malvaviscos, que deseaba morderlos. Eso se proponía a hacer, a usar su boca para saborearlos, pero antes de llegar a moverse para cambiar de pose la escuchó hablar, se emocionó al creer que ese día su reina le daría el nombramiento especial que había deseado durante siglos… Inesperadamente ella tomó distancia, no comprendía por qué de pronto la joven se mostraba reticente, si ambos estaban disfrutando y él podía hacerla sentir aún mejor.

Se incorporó cuando ella bajó de la cama, la siguió con la mirada, la vio cubrirse con la bata… Pensó en salir del cuarto porque evidentemente la había incomodado y lo mejor sería darle un tiempo a solas para que asimilara lo que deseaba… pero no llegó a ponerse de pie cuando escuchó que era reprendido, y fue ella quien se le adelantó velozmente abandonando la habitación. –Hija pervertida.-, la llamó en respuesta a ese regaño, aunque para sí porque ya no podía ser oído por la joven. –…e irresponsable.-, agregó porque había escapado dejándolo así, cuando ella misma lo había estado estimulando.

Se recostó a lo largo de la cama, boca abajo, enterrando su rostro en la almohada donde podía percibirse el aroma del shampoo favorito de su dama. Luego de unos segundos giró la cabeza y vio en la cercanía al lobo blanco de peluche, ese ser afelpado que presumía vivir en la cama de Ran. –Pronto ella dormirá abrazándome a mí.-, le declaró al juguete, feliz porque sentía que la muchacha pronto lo aceptaría como un amante. Pasó a estar recostado en forma vertical; bajó un poco su pantalón y ropa interior liberando su miembro; sostuvo con una mano el camisón que minutos atrás había estado usando la muchacha, manteniéndolo cerca de su rostro; y comenzó a masturbarse dentro de ese recinto maravilloso que estaba plasmado por completo con la esencia de su diosa.


Entró al cuarto de baño y metió la cabeza debajo del grifo dejando correr agua fresca, necesitaba enfriar su mente, apagar las fantasías candentes que la hacían sentir tan extraña y confundida. Al levantar la cabeza se secó con una toalla y contempló su figura en el espejo, al ver en el reflejo sus orejitas de leona recordó cuando era una niña y Caesar jugaba mordiéndolas suavemente, declarando que le pertenecían a él. En aquella época no era consciente de cómo caían los apéndices, y después del día que lo aprendió viendo una película no entabló relación, solía recordar ese gesto como un acto inocente, pero de pronto cayendo en la realidad sentía que como adulta había sido ingenua por tardar en comprenderlo. Congeló con su magia la habitación para hacer que el ambiente enfriara aún más su cuerpo, era un elemento que manipulaba y por ello era resistente a las bajas temperaturas.

Quería vestirse, pero al salir apresurada del dormitorio no buscó prenda alguna más que la bata. Volvió a su alcoba, y cuando abrió la puerta descubrió que Caesar allí seguía. -¡Estúpido perro en celo!, ¡¿por qué tenías que quedarte a hacerlo en mi habitación?!-, le gritó al soldado descarado que osaba violar su espacio personal, dio un portazo al salir dejándolo otra vez solo. Ese idiota… debió irse al dormitorio que le pertenecía a masturbarse, pero no, allí estaba ese sucio lobo sobre su cama, manchando sus sabanas con semen, y aferrándose pervertidamente al camisón por su ausencia.

Necesitaba distraerse. Buscó en la alcoba ajena unas pantuflas para no seguir caminando por la casa descalza, eran unas afelpadas blancas con garras, simulando patas de animal, le quedaban algo grandes pero podía desplazarse con ellas sin gran dificultad.
Bajó a la planta baja, se metió en la cocina y se puso a curiosear en la heladera con que elementos contaban para preparar ella misma el almuerzo, algo fácil porque no era su terreno. Encontró una caja que contenía rebozados de pollo, bien, podía preparar puré para acompañar. Buscó en los cajones papas, las peló y las colocó en una olla con agua al fuego, aunque no estaba segura de cuánto tiempo necesitaban hervir para ablandarse lo necesario. Encendió el horno para que se fuera calentando, leyó en la caja de los rebozados que estos requerían un total de veinte minutos, volteándolos a los diez para que se doraran por igual de cada lado. Los colocó en una bandeja, sin ponerlos aún a cocinar.

Sería aburrido esperar allí, así que bajó al subsuelo. Encendió la televisión, revisó en unos pocos canales si emitían programa o película de su interés, decidió mejor encender una consola de video juegos. Antes de comenzar la partida miró hacía el reloj con forma de gato negro que se encontraba en una de las paredes, habían pasado poco más de diez minutos desde que había abandonado la cocina, así que volvió a dirigirse allí para meter la bandeja dentro del horno. Picó con la punta de un cuchillo las papas, aún no perdían la dureza.
Volvió a su salón de recreación y se entretuvo con un juego de batallas, al comienzo cada tanto apartaba la mirada de la pantalla para ver las agujas del reloj, pero en cierto punto dejó de controlar el tiempo. Los minutos pasaban y ella avanzaba niveles, volviéndose la aventura más complicada. El personaje que solía usar era una vampiresa de cabellos y ojos color esmeralda, con alas de murciélago, vestida con una malla negra, medias púrpura y largas botas negras. –Estúpido perro pervertido…-, susurró cuando un hombre lobo de pelaje blanco y azul se presentó en la pantalla como su siguiente contrincante, comenzó a presionar entonces los botones del control con más fuerza, como si los ataques de la vampira pudieran adquirir así más poder, para desquitarse contra aquel personaje de ficción que identificaba con quien la había perturbado.


Fue sorprendido por el temprano regreso de su ama, no imaginó que volviera tan pronto a la escena del crimen. No detuvo su acción cuando la escuchó enfadada, sentir la voz de su adorada mientras se masturbaba lo excitaba, quería escucharla más... pero ella volvió a huir, Ran era una dueña cruel por abandonar a la mascota cuando tanto la necesitaba. El semen chorreaba escurriéndose entre sus dedos, cayendo al lecho de la virgen, esperaba al marcar ese territorio con su hombría convertirse en el único sueño de la doncella.

Cuando terminó de descargarse, decidió tomar un baño, la sangre fresca que aún brotaba de algunas heridas se mezcló con el agua de la tina. Un dolor que se había vuelto dulce, pues aquellas marcas sobre su piel no eran heridas de una derrota sino condecoraciones de una victoria.
Siguiendo la orden dada por su capitana, volvió a vestir el mismo uniforme militar, solamente cambió su ropa interior y la camisa. Consideraba que ese mandato indicaba que a la señorita le resultaba más atractivo trajeado así, con muchísimo gusto le cumpliría el deseo.

Al bajar las escaleras, percibió olor a quemado, guiado por su nariz se dirigió a la cocina donde encontró sobre una hornalla una olla con papas prácticamente pulverizadas y dentro del horno unos medallones de pollo quemados, apagó el fuego. Obra de Ran, dejar las cosas calientes e irse al parecer era la pauta del día.

Supuso que la muchacha se encontraría en el subsuelo, consideró que la mejor forma de encararla sería entregándole la colección de anillos que la noche anterior había adquirido. Ingresó al salón subterráneo y la encontró ocupada con un video juego. Tomó asiento junto a la chica que permanecía con la vista fija en la pantalla y en silencio, prefiriendo ignorar que él estaba allí presente. Una indiferencia fingida, en ese momento el juego no era el centro de la atención de la joven aunque lo pareciera, lo notaba por el descuido en los movimientos de la vampiresa que estaba perdiendo atrozmente contra la momia del faraón, una partida no propia de una jugadora diestra como Ran. –Capitana, tengo un obsequio para usted… Espero sea de su agrado.-, dudó al expresarse siguiendo en el papel de soldado porque aquel acto había desatado pasiones y quizás prolongándolo la incomodaría, pero terminó decidiendo seguir la orden al pie de la letra mientras no fuera cancelada.


Le faltaba deshacerse de unos pocos rivales más para terminar la partida y seguía invicta, pero su victoria continua pronto se frustraría. Ganó el primer round contra la momia, pero el segundo se volvió especialmente dificultoso por una presencia intrusa en el salón que la estaba poniendo nerviosa, tenía ganas de aventarle el control en la cara. Por el rabillo del ojo pudo distinguir que el hombre sentado a su lado seguía portando el uniforme militar, entonces pensaba que todo ese acto del soldado había sido con la intención de seducirla. La vampiresa estaba siendo derrotada, aún tenía tiempo de igualar su energía de vida con la del rival si usaba el combo especial, pero al escuchar a Caesar hablar confundió el orden de los botones y terminó por perder.

Dejó el control cuando vio en las manos del hombre el regalo al que hacían referencia las palabras emitidas, el envoltorio era precioso y le causó curiosidad saber que ocultaba. –No soporto perder… Más vale que sea algo bueno, o te castigaré por haberme distraído.-, dijo dejando el juego de lado, aceptando el presente. Lo abrió encontrándose con una colección de anillos extraordinarios, sonrió conforme y recompensó al soldado con un beso en la mejilla. –Gracias, son maravillosos.-, expresó con sinceridad porque realmente le encantaban. Los regalos sorpresa la emocionaban, claro que dependía del buen ojo del comprador, y debía admitir que Caesar nunca fallaba a la hora de elegir algo para contentarla, ciertamente era un hombre muy detallista que había llegado a captar sus gustos perfectamente. –Este, y este, son mis favoritos.-, dijo acariciando con un par de sus dedos dos anillos remarcándolos con preferencia, uno de oro esculpido formando dos manos que sostenían un granate, y otro de cuatro manos plateadas enlazadas a un zafiro. Cada pieza de joyería de aquella colección era interesante, pero esos dos anillos le gustaban especialmente, probó en su dedo anular izquierdo el de piedra azul.


Estaba seguro de que la complacería con el obsequio elegido. Le parecía encantadora cuando respondía amenazante como mafiosa, al pensarla como una deseó verla vestir un ajustado traje mil rayas y sombrero, luciría muy guapa.
Sonrió al escucharla contenta por el regalo, y para su sorpresa fue besado en la mejilla. Había supuesto erróneamente que la muchacha, después de cómo había reaccionado por la acción en la cama, buscaría evitar mínimo todo el resto del día un gesto afectuoso.
Le explicó el significado de aquella colección, señalándolos uno por uno fue nombrando al pecado correspondiente, hasta llegar al anillo que decoraba el dedo de ella. Sostuvo la mano de la dama y besó la piedra preciosa del accesorio. –Lujuria.-, en vez de pronunciarlo en voz alta como a los otros pecados, lo susurró como si se tratara de un íntimo secreto entre los dos. -¿Por qué un demonio apasionado como tú, se resiste a cometer tan dulce pecado? Me has catalogado antes como tu sirviente, tu amigo, tu padre, y quiero conseguir un título más, ¿soy egoísta por pretender ocupar tantos roles en tu vida?-, cuestionó volviendo a hablar en un tono de voz alto. Solamente para sí mismo también se preguntó si inconscientemente la reina seguía reservándose como amante de una sola persona, no era una idea disparatada considerando que había llegado a extrañar a quien no recordaba. Su mano seguía aferrada a la ajena, lentamente se inclinó hacia la joven con la intención de besarla en la boca, pero no llegó siquiera a rozar esos labios cuando sonó el timbre y ella aprovechó el atender como excusa para escapar.

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