~Wind's Nocturne~
Wishing on a dream that seems far off, hoping it will come today
Into the starlit night, foolish dreamers turn their gaze, waiting on a shooting star
But, what if that star is not to come? Will their dreams fade to nothing?
When the horizon darkens most, we all need to believe there is hope
Is an angel watching closely over me? Can there be a guiding light I've yet to see?
What will fill this emptiness inside of me? Now all I need, desperately, Is my star to come...
Estado: Atareada
Música que escucho: Tu esclava seré (Drácula, el musical de 1992)
Download: Nada...
Endless Story: A continuación podrán leer la primera parte del episodio titulado “Giorno e notte“.
¿Cuál es la mayor belleza?
En el mundo todos llegan a esa pregunta, la admiración hacia la perfección era una ambición, pero, en ese instante él no podía saber si había encontrado lo perfecto o lo imperfecto. Era un hombre que seguía plenamente cada movimiento, una ideología centrada, pero hubo una ventisca que empezó a provocar su tambalear, una que hasta en ese momento no lo dejaba de agitar, detuvo los pasos en la orilla de aquel tumulto de agua, una presencia artificial pero tan bella como la naturaleza pura.
Cerró los ojos dejando de ver lo que añoraba, era como una maldición, la invocación de aquel elemento que existía hasta en su propio cuerpo era la base de sus recuerdos. Sacó su móvil pensando en darle una sorpresa a su amigo, planeando un encuentro, pero se negó así mismo, él era la única persona que sabía cada uno de sus destinos por su propia voz, eran cercanos aunque hubiera grandes diferencias entre ellos, pero era extraño como llegó a confiar tanto en él.
Alzó la vista al cielo notando el rubí de la estrella naciente, en un tintar violenta en el lecho anaranjado que la abrazaba lentamente fundiéndose en un olvido sincero, en un aferrar tan intenso que se fundía para ser un solo ser maravillo, en el tono más oscuro del mundo pero siendo más añorado por muchos. Llamó dando un saludo, una cortés llamada a su buen amigo solamente, era para ver como se encontraba él y la joven dama que era la fuente de vida de su gran compañero, era cercanas sus historias pero los desenlaces podían ser diferentes.
Entabló un par de palabras con él, por ese día no lo interrumpiría, él mejor que nadie sabía el sentir que tenia por aquella dama a la cual estaba acompañando en ese momento, imaginó que en algunas de sus obras, los dejaría existir por un día más antes de ir a verlos, y él podía así sólo quedarse allí disfrutando del reflejo de la noche en el lago.
Detuvo el auto deportivo rojo brillante frente al Teatro dell'Opera. No era noche de función, su ama le comentó que el director les presentaría a los actores una nueva obra y les asignaría los papeles. Besó la mejilla de la dama, despidiéndose. Ella bajó del auto, indicándole que pasara a recogerla a las doce.
Al quedar solo en el interior del vehículo, se disponía a ponerse en marcha hacia la casa cuando sonó la melodía de su teléfono celular haciéndole dejar el carro en punto muerto. Sacó el móvil del bolsillo de su cazadora verde, la pantalla le mostró el nombre del contacto que lo llamaba: “Azariel”, era un buen amigo suyo, conocido de años. Atendió, ante el saludo del joven respondió que tanto él como Ran se encontraban bien. Semanas atrás su amada estaba decaída, pero afortunadamente su ánimo parecía haber mejorado. Contó que su señorita acababa de ingresar al teatro, y propuso que mientras ella estaba en el trabajo ellos dos podían encontrarse. El albino se negó, diciéndole que si estaba acompañando a Ran entonces no quería molestarlo. Le aclaró que solamente fue hasta allí para transportarla y no volverían a verse hasta la medianoche, que planeaba encargarse de tareas domesticas hasta entonces. Lo cierto era que cuatro horas solo en la inmensidad de la casona, sin la presencia de Ran, se le haría una eternidad, estaría impaciente mirando el reloj a cada rato sintiéndose como perro anhelando la llegada de su dueña. Sería más agradable pasar ese tiempo en compañía de Aza, además últimamente no habían dedicado demasiado tiempo uno al otro, aquella amistad era demasiado importante para él como para dejarla tan descuidada. Al comunicársele el punto de encuentro, arrancó el automóvil.
Melancolía, una presencia que llegaba en los momentos donde su mente se dispensaba más allá de los pensamientos propios del ahora, la mano invisible de aquella presencia acariciaba su rostro como una posesiva amante. Respiró profundamente recobrando su postura, caminando por aquella orilla hasta el encuentro de una banca donde se sentó con la idea de despejar su mente hasta el retorno de su amigo que no le dio oportunidad de escapar, aunque le agradecía sinceramente por ello pues en compañía los pensamientos se diluían.
Cerró los ojos, y apoyando toda su espalda contra la banca podía alzar la vista al cielo aunque no viera nada más que la oscuridad de sus parpados, y sus cabellos se echaran hacia atrás, los que lograron escapar de ser atrapados, sólo disfruto del refresco del ambiente concentrándose en la nada para no divagar en la vana presencia del pasado, sólo se quedó en la oscuridad sin forma para no saber ni su voz ni su rostro.
Oía los pasos esparcidos de las personas, tardaba en un aproximado de diez minutos entre cada nuevo andar. Las personas empezaban abandonar ese lugar, era como un tiempo muerto, aunque estaba también seguro que no tardaría en escucharse una fluidez de paso más constante tras de un par de horas, era como una divagación programada.
En un instante sus pensamientos se sumergieron sobre su pasado, en esa época donde recién conocía a su amigo. En sus memorias también surcó aquello que le contaba que parecía parte de una fantasía, pero había visto el mismo que se cumplió, así como en un momento le llegó a comentar, pues la creía una idea posible, aunque al parecer aún abría brecha entre lograr su unión perfecta.
En camino encendió el reproductor de discos haciendo sonar las canciones de una obra en la que había participado su adorada, había interpretado a La Carlotta en El fantasma de la ópera. La apasionada voz de su reina de la música deleitaba a sus oídos. Cuando comenzó a escucharse “Prima Donna” acompañó cantando los segmentos de Andre y Firmin: -"¡Prima Donna! Primera Dama es. Sus fieles son quienes la admiran al verla. ¿Cómo dejar a su público así? Piense cuánto la adoramos. Prima Donna, sedúzcame otra vez..."- Recordó lo curioso que había sido para él ver a Ran usando un vestido rosa, en el armario de su ama predominaban los colores dorado, rojo y blanco, fue una innovación de color que le resultó extraña, y atractiva porque realmente le parecía que lucía encantadora. La prenda era del estilo rococó, un vestido rosado con encajes en blanco, de enorme falda ahuecada lateralmente por un guardainfante, ajustado en la cintura, escote redondo y mangas pagoda; zapatos de tacón; el largo cabello castaño se ocultaba bajo una peluca blanca con peinado exageradamente alto; y como accesorios llevaba un collar y pendientes de plata. Pensó al verla sobre el escenario que estando él en el lugar del Fantasma de la Ópera se hubiera enamorado de ella en vez de Christine.
Finalmente llegó al punto de encuentro. Halló a su amigo descansando en una banca cercana al lago, el agua resplandecía por las luces artificiales de los alrededores. –Buenas noches, Aza.-, anunció con aquel saludo su presencia, atrayendo la atención de los ojos azules. Tomó asiento, y posó la mano sobre la cabeza de su compañero alborotando en un movimiento rápido y fuerte, pero cariñoso, los cabellos plateados. Al notarlo con ropa ligera le cedió gentilmente su chaqueta. –Póntela, está refrescando.
Nuevos pasos resonaron, y en la extrañeza de varias personas podía decir que eran familiares, la voz de su amigo le confirmó su sospecha abriendo su mirada, las luces azuladas permitieron al mayor reflejarse en su pupila siendo un espejo momentáneamente hasta que este tomo el lugar de su costado. Le permitió hacer con su cabello, no le causaba nada ya, pues lo hacía desde tiempo atrás, desde mucho antes de que sus orejas de conejo blancas hubieran caído.
Miró el ofrecimiento de la chaqueta. -Siempre con una amabilidad única.-, expresó aceptándola, aunque estaba seguro que aún con una ventisca él no se congelaría, pero aceptaba que iba de forma sencilla, camiseta de cuello alto y mangas largas oscura, pantalón de corte recto en tono negro, y mocasines oscuros perfectamente ilustrados sin permitir ni una mancha lucir en ellos, se acomodó la chaqueta. -En estos amables gestos causara los celos de tu amada.- expreso hacia su amigo, aunque, el punto tal vez no era realmente ello si no que la joven se diera cuenta, en realidad el amor era una guerra demasiado complicada, las estrategias no surgían efecto, era como si no hubiera ningún ataque perfecto para aquel sentimiento, perdías cuando te creías seguro de ganar la guerra, y ganabas cuando te dabas por perdido, era una lucha sin historia definida.
Guardó un largo silencio alzando la vista al cielo. -Aunque es bueno verte tan pronto.- Su anterior viaje había sido en los Estados Inidos, un recorrido breve, pues en una coincidencia de la vida su hermano estaba por esa nación por negocios, y aún cuando podía en el lugar menos esperado no se fiaba así que tan pronto supo de su visita allí cambió de rumbo, por eso ahora retornaba a esas tierras.
-Dudo que ella pueda celar por mi…-, susurró aquel pensamiento lacerante, sintiéndose frustrado al no lograr aún despertar pasiones en su adorada. Perdió la vista en un punto de la superficie del agua, produciéndose entre ambos unos minutos de silencio. Repitió aquella línea solamente en su cabeza. En realidad era una frase mal formulada, por su causa Ran había celado una vez, pero no siendo visto como el objeto de deseo, por el contrario había sido considerado, erróneamente, el intruso que tenía la intención de robarle el novio. Si se consideraba en esos momentos la persona más especial para ella, ¿pero realmente podía pretender ser el interés romántico de la joven? Al criarla se tomó el permiso de mimarla dejando de lado aquella rigidez que siglos atrás intentó mantener como sirviente. Ella podía ser arisca, pero terminó disfrutando de aquella forma de trato, volviéndose demasiado apegada a él. ¿Pero cómo era visto realmente?, ¿un amigo?, ¿un hermano mayor?, ¿un padre?, ¿tenía la oportunidad de ser considerado un amante? Le había tirado indirectas de que pretendía algo más en numerosas ocasiones, por momentos llegó a ser tan obvio que se preguntaba si la chica simplemente fingía no captar las señales, pero lo cierto era que Ran podía llegar a ser demasiado despistada. Podía ser, como una vez le dijeron, “cobarde” de su parte no ser directo con sus sentimientos, pero si realmente la hubiera enamorado ella por si sola lo hubiera declarado suyo. Estaba seguro de que en eso no había cambiado, si él hubiera logrado conquistarla despertado un interés amoroso, conociendo el carácter desenfrenado de su ama, esta ya se le hubiera tirado encima. Era claro, Ran no lo deseaba.
Sus pensamientos negativos fueron interrumpidos por una frase expresada por el albino, que le levantó un poco el ánimo. –Lo mismo digo. Ya necesitaba un turno con mi buen psicólogo-amigo.-, dijo recostándose de pronto en la larga banca, usando el regazo del albino como almohada. -Te pagaré con una deliciosa comida casera, ¿estás dispuesto a escucharme?...
Oía bien aquellas palabras, tan bien que notaba que estaba en un punto muerto, era como si un velo cubriera los ojos de esos dos, y comprendía el sentir, tal vez porque en su propio camino se encontró cegado por una venda en los ojos. Era bien dicho que todos podemos ser buenos jueces de la vida ajena pero de la propia somos un completo desastre, y estaba a favor de ello porque desde el exterior mirabas el concepto de una forma más amplia, tal vez por ello veía esos pequeños deslices de ambos.
Rió por su frase. -Siempre estoy dispuesto a escuchar.-, declaró con sinceridad tras apagarse su voz, le permitió acomodarse a gusto sin ningún problema de tener aquella cabeza en su regazo. La mirada al descender tras apartarse de los altos cielos recorrieron al hombre, una persona mayor pero que aún así tenía un excelente ver, en realidad podía juzgar con favor lo comentado por algunas personas que se notaba atraer por las personas mayores, y es que no debía desmeritar su porte.
-¿Cómo podría negarme con ese pago tan tentador? Estoy listo para escucharte.- Delineó sus labios en una fugaz sonrisa, y le dejo hablar, le daba el confortarte silencio para que iniciara con su relato cuando quisiera, estaba atento a cada una de sus palabras, por eso su mirar se veía reflejar en los ojos ámbar del mayor. Era una nueva burbuja la creada en esa banca, una familiaridad que fueron haciendo año con año y que parecía no romperse aún con tantas separaciones.
En realidad él también tenía mucho que agradecer, así como escuchaba los problemas de su buen amigo, él mismo llegó a contarle los suyos, un pasado que quedó marcado por la separación, y el nuevo formar de su futuro que parecía más el recoger de pedazos a través de todo el mundo, por eso estaba en tantos viajes en una huida de su propio pecar.
Le agradaba verlo sonreír, hace instantes los hermosos ojos azules claramente reflejaban una profunda tristeza. Sabía por qué, las marcas del primer amor ardían con furor dentro de sus corazones, en el suyo, en el de Aza… y también en el de Ran.
-El mes pasado fue el cumpleaños número veintiséis de Ran-Ran, para celebrarlo cambiamos de ambiente viajando a Rumania, nuestra estancia duró una semana. Nos hospedamos en Transilvania, no habíamos visitado antes aquellas tierras, a mi ama le entusiasmaba la idea de visitar aquel lugar centro de leyendas vampíricas. Actualmente están emitiendo en televisión una serie basada en Drácula que la tiene muy enganchada, tenía ganas de conocer el castillo que usaron en las filmaciones como residencia del personaje. Incluso conseguimos pasar una noche en la construcción, teniendo el lugar completamente para nosotros solos.- Sonrió al recordar lo preciosa que lucía su doncella disfrazada de vampiresa, y tras un breve silencio prosiguió cambiando completamente la expresión de su rostro.
-Me resultó incomodo que hablara sobre reencarnaciones. Bromeó diciendo que siglos atrás había sido la esposa de un vampiro, y que este reaparecería en la sociedad moderna reclamando su amor, al igual que la historia de Drácula y Mina. Pensé en el amante que tuvo en el pasado, y un escalofrío recorrió mi ser sabiendo que el reencuentro de ellos dos no es un imposible.- Comenzó a jugar con sus dedos rizando un mechón de cabello plateado como si se tratara de un anti-estrés, y tras otra breve pausa continuó el relato.
-En un principio, emocionada buscaba desplazarse de un lado a otro, recorriendo diferentes puntos turísticos que le resultaban interesantes, pero días después cambió por completo su estado de ánimo. Pensé que estaría agotada por tanto paseo, luego al verla tanto tiempo en cama que se sentía enferma, hasta que finalmente ella me dijo que su decaimiento se debía a un extraño sentir… Un vacío, ella dijo que sentía que le faltaba algo importante. Le pregunté que deseaba, me respondió que no lo sabía. Al escucharla decir aquello, pensé en… ese hombre... Ran convirtió a ese hombre en su amante poco después de cumplir los veintiséis en su vida anterior, la charla sobre reencarnaciones… parece ser más que coincidencia, ¿no crees?...
Le agradó saber que su amigo la había pasado bien en uno de sus viajes, pero el acto de felicidad siempre venía con la tristeza, era como si esos dos sentimientos se trataran de gemelos que siempre iban sujetados de las manos, y uno nunca podía estar sin el otro porque aunque dos encontraran completamente la felicidad alguien más terminaba desolado. La respuesta de aquel padecer no tardó en llegar cuando escuchó el nuevo tema a tratar, lo conocía bien, en el pasado había hablado de ello y él creía en tal proceso, aunque aún así no lo vivía en carne propia como Caesar.
Oyendo su pesar podía entender su dolor que era tan similar al suyo pero que al mismo tiempo podía ser tan diferente, el padecer de cada uno aunque fuera la misma historia podía cobrar diferentes peajes. Era una historia sin aparente final, el saber que el corazón que añoras tanto estaba dado a otro, aunque, si aún no recordaba a su antiguo amante su buen amigo podía tener una oportunidad. No, era mejor expresar que tenía una oportunidad, estaba seguro que estaba ya a poco de lograr la felicidad, aunque tal vez también se estuviera condenando a algo peor.
-Tus palabras son ciertas, mi buen amigo. En tu relato todo apunta a esa dirección, en una forma inconsciente parece ella tener ese anhelo tan profundo por aquel antiguo amante, pero, si ella aún no sabe que le causa tanta nostalgia aún puedes lograr que fije sus ojos en ti.- Le regaló una gentil caricia en el rostro. -Sonará un truco bajo, pero en esta guerra llamada amor es conveniente aprovecharte de hasta lo más mínimo… En estos instantes deberás acercarte más a ella, desnudar lentamente su corazón para capturarlo, darle esa calidez que sólo el amor puede otorgar. Tú me lo has contado, su antigua relación, esa que ha durado más allá de los siglos era fría, llena de inseguridades, y dolor… Es por ello que tú debes de brindarle ahora lo opuesto.- Alzó la vista a las estrellas. -No puedo asegurar que funcione, pero para alguien con tanto romanticismo en solo entregarse a una persona el mejor ataque es darle aquello que no tuvo, y eso no es otra cosa que seguridad… Sé que velas por ella, y la ves tan preciosa como a la vez tan lejana como aquellas estrellas del cielo, pero si sólo nos quedamos admirando terminara por desvanecerse sin poder sentir un poco de su calidez. Y tal vez no miremos tontos en desear tocar algo tan lejano, pero aún en la más insignificante lucha podremos lograr algo.- Se inclinó para acercarse al rostro ajeno. -En cualquiera de los casos estaré aquí para apoyarte.-
Era un veterano en esa guerra, con demasiadas heridas, y aún así agradecido de que la vida le diera otra oportunidad para seguir batallando. En ese momento podía verse como un caído, pero con la fuerza que le transfería su aliado no tardaría en levantarse para continuar luchando por lo que le era más valioso. “Un truco bajo”, Azariel había dado en el clavo expresando aquello. Por momentos sentía remordimientos, consideraba que estaba actuando egoístamente intentando evitar que los amantes de antaño se reencontraran, ocultándole todo lo que sabía. Temía que si ella recordaba, su castigo por ocultarlo fuera ser odiado. La región de La séptima luna era un lugar propenso para tratar la amnesia de su dama, era el sitio donde ella había conocido a ese hombre en la primera vida y donde siglos después se reencontraron, donde había despertado poderes mágicos y con ellos las memorias del pasado, y permaneciendo allí seguramente los destinos de ambos no hubieran tardado en volver a cruzarse. Escuchó la continuación de la respuesta, el deseo de protegerla era verdadero, se consideraba a sí mismo un amante dedicado que podía hacerla sentir primordial y adorada, como aquel hombre jamás la había hecho sentir. Además, si la relación de esos dos siempre había sido complicada, ¿qué podía esperar considerando la nueva condición de Ran?, seguramente recibiría aún más rechazo por parte de aquel que era un misógino. Ante los ojos de muchos Ran podía parecer una completa insensible, pero él sabía que tan vulnerable se volvía al enamorarse.
Las románticas palabras de su amigo acariciaban sus heridas atenuando el dolor, le daban energía para seguir adelante, hacían más ligero el peso de su culpa. -En el amor y la guerra todo vale, como dice el dicho. Tienes razón, no debo arrepentirme, no debo titubear más, estoy actuando como un perrito cobarde... No debo esperar el milagro de que la estrella caiga en mis manos, debo desplegar alas para alcanzar mi sueño. Gracias por siempre darme consuelo, Aza.-, dijo acariciando el rostro ajeno.
El tono de su voz cambió volviéndose más animado. -¡Fuiste un remedio tan dulcemente efectivo que tengo la necesidad de pagarte con más que una cena! Vamos a divertirnos por ahí antes de ir a la casa, ¿qué te parece? Recorramos la ciudad, y quiero que te tomes la libertad de dejarme consentirte comprándote lo que te guste.- Se levantó de la banca. -Vamos al auto, en el camino quiero que me cuentes los detalles de tu viaje a los Estados Unidos.
Aceptó aquella caricia por parte de su amigo, sonrió, era bueno notar que las fuerzas retornaban a él, era mejor verlo animado con un despliegue de esperanza que derrotado, aunque también era consciente que ese simple brillo de futuro podía causarle tantas heridas que al final podía arrepentirse de verlo como bueno, pero, no hay guerra perdida más aquella en la que no se lucha, creía fielmente en eso, no podía ocultar lo que era, pero sobre todo eso, la virtud de la amistad era importante.
-Bien, un paseo suena perfecto.- Le parecía agradable compartir un recorrido con él, más ahora que estaba animado. Oyó su comentar, en realidad no había nada realmente que contar, sus viajes eran tranquilos, demasiado monótonos, era como deambular en los abismos de entre la vida y la muerte, porque lo aceptaba, no estaba ni vivo ni muerto, sólo existía moviéndose entre esos caminos que había perdido color. -Te contaré, aunque no te parecerá interesante.-
Caminó en el mismo compás que su compañero tras levantarse, los pasos era tranquilos. Miró por última vez aquel cristalino lugar, era mejor olvidar, al menos por esa noche, sus pensamientos debían de estar enfocados en Caesar, y es que sólo de esa forma podía continuar existiendo en su propia dolencia, enfocándose en su único amigo porque al final ni su familia era un bálsamo para su sufrir, el pensar en ellos sólo le causaba más conflicto.
Vio el vehículo. -Tu ego es tan grande.-, dijo bromeando por el modelo del auto, aunque en ello eran similares admitía, entró para tomar marcha hacia su nuevo destino. -Si en nuestro destino está no ser feliz con la persona amada… Deberíamos de hacer un pacto…-
Rió por el comentario que hacía referencia a él como supuesto dueño del lujoso auto. –Ella es una reina, no podía esperarse menos. Quien se encargó de elegir el modelo fue Ran-Ran, en realidad.-, aclaró. -No me comentó sobre sus planes de comprarlo, así que descubrir el cambio de automóvil al entrar al garaje aquel día fue una sorpresa para mí. Es un maquinón.-, expresó contemplando con agrado el deportivo rojo, también era de su gusto aquel diseño.
Ocupó el asiento del conductor, y cuando Aza se acomodó del otro lado se disponía a arrancar, pero no llegó a girar la llave cuando lo escuchó expresando aquella frase que dejó inconclusa, dando lugar a un prolongado silencio. Quedó el auto inmóvil, aquella premisa lo volvió a desestabilizar, nuevamente su mente hacía consideraciones sobre lo que había sido su pasado y lo que podría ser su futuro.
-... Supongo que no puedo decir que en mi primera vida fui precisamente... "feliz con la persona amada", como tú dices.-, emitió haciendo referencia al pasado que Azariel conocía, como buen amigo suyo, en detalle desde hacía tiempo.
Había llegado a la vida de Ran después de aquel hombre, aunque antes de que se convirtieran en amantes. Aquel era demasiado precioso para su amo, pero también extremadamente corrosivo. Por eso consideró que existía una mínima posibilidad de que su rey pudiera llegar a desear un segundo amante. Había muchos aspectos de aquel hombre contra los cuales él no podía competir, pero a la vez creía poder satisfacer necesidades de su amo que el otro no estaba dispuesto... Él deseaba suplir esas carencias en el amor que sufría su gobernante, pero con el paso del tiempo fue resignándose, aceptando su lugar, el único que parecía poder tener en la vida de su lord. No fue correspondido de la manera que le hubiera gustado en ese entonces, pero después de ese chico era quien tenía más privilegios. Permaneció junto a su amo, no tanto tiempo como esperaba, cuando este falleció cuidó tanto al amante como al hijo. Era el descendiente de Ran, así que lo cuidó como si fuera su propio hijo. Si su rey hubiera podido darle una última orden antes de morir, supo que le hubiera encargado cuidar a esos dos. Él murió años después que Ran, en el campo de batalla, en su momento de agonía deseó que si existía algo como el paraíso o el infierno pudieran reencontrarse allá.
-… Envidiaba al que era su amante, y me daba rabia que siendo el único dueño de lo que yo más quería no lo aprovechara.-, dijo creyendo firmemente que aquel complicado individuo realmente había llegado a amar a Ran. Allí radicaba el mayor problema a su parecer, si realmente aquel joven eso sentía, no entendía por qué fingía falta de interés. -Era doloroso no poder ser correspondido, pero aunque suene contradictorio, poder permanecer junto a Ran era la mayor alegría de mi vida. En esta vida, en el mejor de los casos podría lograr conquistar a Ran, también podría perder de nuevo contra aquel rival pero pudiendo permanecer a su lado… Y en el peor de los casos, hay una posibilidad que realmente me aterra, una posibilidad que me haría completamente desdichado… Temo con mis actos perderla por completo, si descubre la verdad temo ganar su desprecio en vez de su amor… ¿Qué haría entonces?...-, cuestionó preocupado, esperando poder escuchar entonces el pacto que su amigo quería sellar.
Oyó aquellas palabras, un regalo excepcional sin lugar a duda, un detalle con demasiado cuidado al momento de la elección, era brindarle importancia a la persona que se lo otorgabas, en realidad era para reírse de la ironía que causaba esos dos en su relación, un camino que se veía cruzado por el dolor por el simple miedo de mirar hacia otros rumbos, pero quien era él para juzgar si estaba viviendo en el mismo juego.
No expresó mayor palabra porque en el silencio meditaba en sus propios pensamientos pero sin dejar de escuchar las palabras de su buen amigo, emitía ese punto valido, un detalle tan justo para un juicio que no podía ser denegado, pero, no podía hablar por la otra persona, conocía la historia por parte de Caesar, oyó detenidamente cada unas de sus memorias pasadas desde el momento que le brindó esa confianza para compartirlo, en el momento que lo escuchó apoyaba su postura de enojo hacia aquel que era el amante de su persona amada, pero, su pensamiento había cambiado.
Cerró los ojos momentáneamente, en un debate podía decir que aquel otro personaje de la historia tenía sus razones para tener sus reservas, pero la verdad nadie podía asegurarle eso. Él lo empezó a meditar por el hecho de perder por sus propias acciones al ser amado, lo despreció para destruirlo, y aún así en sus pensamientos estaba claro querer destruir a cualquiera que encontrara a su alrededor. Era por eso que huía, era un fugitivo de sí mismo, en el momento que se encontraran estaba seguro que sería egoísta y apartaría a cualquiera que pretendiera al menor, aún cuando esa persona pudiera darle todo lo que él no, mil veces prefería verlo en el dolor que en brazos de alguien más.
-¿Acaso no es nula la oportunidad de encontrarlo de nuevo?-, cuestiono mirando a su amigo. -Mientras que no retornes a ese lugar donde sospechas que pueden hallarse de nuevo, no tienes nada de qué preocuparte, y en el momento que recuerde si ya has ganado su corazón será difícil que lo pierdas.-, aseguró, era lo mejor dudar de las palabras del destino mismo, porque este siempre cambiaba, pero aún así tenia la fe de que al menos alguien sería feliz en todo eso. -Pero de no ser así seré tu soporte de vida así como tú de la mía…- Medio soltó una risa de ironía posiblemente en sus pensamientos. -Es una propuesta infantil posiblemente, pero si hemos de sufrir por perder al que amamos, es mejor hacerlo junto, y es seguro que no olvidaremos pero en un punto seremos felices.-
-No diría “nula”. Como dice el dicho, el mundo es un pañuelo. No es completamente imposible que se encuentren por una casualidad. Ambos podrían coincidir en algún viaje, o ese chico podría visitar Roma… Y si por alguna razón Ran desea visitar La séptima luna en el futuro, espero poder convencerla de no hacerlo… Pero yo me estaba refiriendo a lo que parece ya estar ocurriendo, después del episodio en Rumania temo que aún con aquel hombre ausente recuerde, y lo haga antes de que yo logre algún otro avance en nuestra relación… Y aún si llegara a corresponderme, eso podría cambiar si recuerda al que tanto le fascinaba en el pasado, podría abandonarme...-, dijo a su amigo.
Escuchó la propuesta de Azariel. –Tú ya eres uno de mis soportes, lo sabes, ¿verdad? Y si tu destino es ser feliz con tu primer amor… No me gustaría ser una molestia entonces, pero espero puedas hacer algo de tiempo de vez en cuando para tu viejo amigo. Cuando tengo problemas que no puedo comentar a Ran, se volvió natural para mí el buscarte. Eres mi confidente, pues a ninguna de mis otras amistades le conté tanto detalle sobre mis vidas.-, expresó y alborotó los cabellos plateados una vez más. –En el caso de que ambos estemos condenados al infortunio con nuestros seres amados… Creí que quizás me dirías que llegado el caso prometiéramos intentar buscar la felicidad con alguien más, pero admito que juntos no lo había pensado, me sorprendiste un poco. Estas hablando de tu y yo… como algo más, ¿o me equivoco? Considerarlo me resulta extraño, pero no digo que me desagrade. Lo que siento por ti… supongo que está demás decir que no es lo mismo que siento por Ran… pero eres muy importante para mí. Si un día me resigno, no dudes en que te necesitare presente en mi vida para soportarlo.-, expresó con una sonrisa amarga en el rostro. Tomó la mano de su amigo y la besó en el dorso. –Considera este beso el sello de mi promesa.- agregó. –Admítelo, crees que soy tentadoramente atractivo.-, bromeó guiñándole un ojo, intentando romper el deprimente ambiente que se había formado.
Eran verdad aquellas palabras, no podía decir lo contrario, había tantas oportunidades para que dos personas que no deseaban encontrarse lo hicieran. En ocasiones se decía que una vez que un encuentro predeterminado se hacía no había ninguna clase de poder que permitiría deshacerlo, pues siempre se hallarían de nuevo, era posible que así fuera con la vida de esos dos antiguos amantes y su amigo, un destino que estaba unido hasta la propia muerte o hasta que por fin cambiaria aún contra de las voluntades de los dioses, pero el dolor en tal tarea sería sin duda destructor en sí mismo.
-No lo haría del todo.-, expresó tras escuchar las razones de sus preocupaciones. –Al menos no al principio, porque estaría dividido su corazón, aunque, en realidad eso sólo abriría paso a una nueva batalla, un todo o nada.- Esos momentos donde pudiera recordar pero que estuviera prendada de su amigo tal vez daría una oportunidad de cambiar ambos destinos, y era posible que su amigo fuera en esa vida por fin feliz, pero todo dependía de cómo se manejara la situación, de que tanta lealtad se daría.
Rió al escucharlo, en realidad debía de admitir que aquellas palabras expresadas eran mucho más lógicas que las suyas, pero, en sus pensamientos podía ser sincero y confesar que realmente no lo había pensado, es decir que ambos tuvieron respuestas contradictorias, pero sin lugar a duda una más sensata que la otra podían expresarse como buenas.
-….No es difícil buscar alguien nuevo, lo difícil es hacer que funcionen las relaciones, pero, ambos tenemos de cierta forma un dolor similar, así que podemos comprendernos mejor para intentar algo llevadero, ya que nos une nuestra especial amistad, y en el momento que alguien más domine nuestro corazón no nos será difícil aceptar una rotura.- En sus pensamientos estaba esa idea, aunque, en un punto más diferente a lo expresado pero la esencia era la misma.
El roce de aquellos labios sobre su dorso causó leve calor en sus mejillas, seguro que daría mucha risa tal reacción en él, que un soldado perfecto pudiera sucumbir con tal gesto, aunque para él no era tan descabellado porque a final de una forma ocultaba su mayor sinceridad y sólo era vista por sus cercanos. Volvió a reír por aquella broma de una forma más abierta, y cristalina, en el acto medio abrazo la cabeza de su buen amigo, y le dejó un beso en la cabeza. –Claro, no puedo encontrar mejor hombre que tu, por eso deseo atarte.- Su risa fue suave como ultimo antes de soltarlo.
Notó el sonrojar de aquel bonito rostro, le pareció una reacción adorable. Cuando el albino jaló su cabeza para sellar el pacto con un beso en la frente, un recuerdo de la época en la que eran maestro y alumno cruzó por su mente. –Eso suena a una declaración de amor.-, dijo tras escuchar la halagadora respuesta de su amigo. –Con un movimiento acabas de hacerme rememorar la época en la que eras un pequeño conejito al que le gustaba jalar mis orejas de lobo. Eras una ternura… Bueno, aún lo eres. Realmente te gustaba mucho jugar con mis orejas, aunque a mi parecer las tuyas eran mucho más llamativas.-, expresó. Se preguntó si el amado de Azariel aún conservaría las largas orejitas de conejo, entendía que podían significar un doloroso recuerdo, pero aún así también precioso. Lo más posible era que si hubiera optado por deshacerse de ellas, después de todo era lo más común tras una ruptura, eliminar la presencia de todo objeto vinculado con la relación desafortunada.
–¿Aún conservas mis apéndices de lobo?-, preguntó con curiosidad. -Realmente… fue un gesto demasiado raro de mi parte… ¿Quién da el signo de su virginidad a una persona con quien no la perdió?-, agregó y se rió de sí mismo. -Pero… sentía que te pertenecían.- Aquellas orejas de lobo habían sido el juguete favorito de su alumno después de todo. Además cuando el pequeño descubrió la ausencia de estas lo rechazó, fue como si al perder aquella característica animal de pronto fuera percibido como un completo extraño. Después de aquella reacción del conejito, sintió la necesidad de entregárselas.
Había perdido sus apéndices de lobo seduciendo a un médico que trabajaba en el edificio donde Ran estuvo hospitalizada en coma. Tenía que darle la mayor seguridad posible a su ama, nada mejor que tener aliados allá adentro. Ese doctor era director del hospital, un hombre inteligente y habilidoso, que se le sumaba la influencia de un antiguo sabio y poderoso. A ese hombre solamente le interesaba su cuerpo, obtener placer para liberar el estrés que el arduo trabajo que realizaba le provocaba, era una relación sin afecto alguno. Cuando deseó recuperar las orejitas para Azariel, el médico dijo que no sabía donde habían quedado. Buscó entonces en la habitación donde la noche anterior habían tenido sexo, allí las encontró junto al escritorio.
Sonrió en un gesto de decir “Claro que lo era”, aunque realmente no existiera ese sentimiento de amor era un te quiero, sería en dado caso un amor fraternal, nada que ver con el de pareja como el que compartían con aquellas personas que aún no llegaban a ser suyas por una razón u otra, pero, si podía decir que en parte era una declaración sincera porque no mentía, Caesar era una de las mejores personas que había conocido, por eso era el único en sus pensamientos tras de la imagen de su amado.
Oyó aquel buen recuerdo, sus orejas eran en de un tono blanco con un toque rosado en el fondo, eran largas como de los conejos más típicos, en realidad un par muy expresivo pero en su entrenamiento militar nunca lo traicionaron a pesar de ser tan dóciles. Y en el pasado con Caesar fueron llamativas por el simple hecho de ser lo opuesto de él, recordando esos agradable tiempos, en realidad no podía decir el porqué adoraba jugar con las orejas de su amigo, sólo sabía que las amaba tanto como al dueño.
Mordió el interior de su labio cuando desvió el pensar hacia el punto que no deseaba, pero, era sencillamente imposible no hacerlo, sus orejas al perderlas con la persona amaba se las otorgó como mayor regalo, pero ahora dudaba que aún posara en sus manos tras aquellas palabras crueles que le había dicho, y si era así no lo culparía, tenía el derecho de deshacerse de ellas de la forma que quisiera, aunque con sinceridad rogaba a los dioses porque aún las guardara, realmente, realmente lo deseaba.
-Sí, es el acto más peculiar.-, comentó con una risa que acompañó a la de su amigo. -Pero estoy agradecido de tu acto.- Cerró los ojos atrayendo la memoria de aquel lejano día, el sentir que tuvo en aquel entonces fue como una opresión en su pecho, tal vez por ser demasiado infantil en ver que le quitaba algo que le “pertenecía”, se creía de cierta forma como guardia de aquellos miembros, era un sentimiento extraño, tenía la sabiduría de alguien mayor pero la actitud de un infante, así que fue un hecho entremezclado en realidad.
-Es unos de mis mayores tesoros ya que posee buenos recuerdos, en ningún momento las perdería, es de las pocas posesiones que llevo por todo el mundo.-, confesó, no mentía, cuando huyó de su familia, de su gente, fue lo único que llevó junto a la foto de aquella persona, era lo único que necesitaba para vivir.
Escuchó la respuesta afirmativa de su amigo, se alegró al saber que aquella parte de él era guardada como algo valioso. Sabía que si hubiera dejado sus orejitas en aquel hospital hubieran acabado en la basura, el que había sido su primera vez en esa vida no demostró haber tenido interés alguno en conservarlas. E incluso si aquel hombre las hubiera querido, prefería que Azariel fuera dueño de estas. Ese doctor para él era un simple conocido al que le había hecho ciertos favores para conseguir otros a cambio, no tenía con él vínculo especial alguno. Mejor que no las quiso, si por alguna razón hubiera estado empecinado en conservarlas, hubiera sido un problema recuperarlas para regalárselas al conejito. –Me hace muy feliz confirmarlo.-, expresó sonriéndole dulcemente.
-Bien, pongámonos en marcha.-, dijo notando en su reloj de muñeca que ya eran pasadas las nueve. Dirigió el auto hacia la zona donde se extendía la gran peatonal de comercio, dejándolo estacionado en uno de los laterales para comenzar a recorrer aquella concurrida área a pie.
Apenas dio unos pasos, acompañado por Aza, cuando una vidriera llamó su atención por las interesantes piezas de joyería que exponía. El llamativo negocio se conocía por el nombre “La Rosa Nera”. –Esta tienda vende diseños muy originales, ¿no crees? Entremos.-, dijo a su amigo.
Ingresaron a aquel sitio, el interior parecía una enorme caja negra. Comenzó a curiosear en los diferentes mostradores, un set de anillos le gustó especialmente, la vendedora le dijo que representaban los pecados capitales. La lujuria era un anillo de plata en cuyo centro se formaban varias manos que acariciaban un zafiro azul intenso; la pereza era un anillo dorado que por centro tenía una almohadilla de terciopelo rojo sobre la que se posaba un topacio; la gula era un anillo en el que dos bocas con labios cubiertos de diminutos rubíes, por los que sobresalían unos dientes perlados, formaban los laterales por donde el dedo se pasaba; la ira era un anillo dorado en el que se formaban dos manos que sostenían un granate; la envidia era un anillo plateado con el centro de esmeralda y a los costados unos grandes ojos verdes; la avaricia era un anillo de oro que llevaba incrustados varios pequeños diamantes; y la soberbia era color verde y turquesa con un centro que parecía la cola de un pavo real. Seguro que tal maravillosa colección sería del gusto de su amada, encargó a la vendedora que los empacara para regalo.
Aceptó, era tiempo de continuar el camino, calculando el tiempo seguro terminarían tomando más tiempo del que tenían. Miró el pasar rápido de las calles, y en esas imágenes borrosas podía saber las tantas diferencia que había entre cada país, cada nación tenía su costumbre, su vestir, y sencillamente su presentación de luces era diferente, las fachadas mismas de las calles era un distintivo aunque nadie les prestara atención. Arribaron por fin al paseo donde se dirigían, tras detenerse completamente el vehículo, descendió mirando aquel surco de luces donde pronto se vio andar.
Observó las vitrinas con especial atención, las luces caían sobre los mejores productos de cada local, se vio atraído por la especial atención de su amigo hacia una vitrina, observando lo que miraba distinguió una buena presentación en joyería. Estaba de acuerdo con las palabras del mayor, así que no dudó en acompañarlo al interior tras ver en el letrero perfectamente grabado el nombre de la tienda de forma distintiva por la cursiva de cada letra.
Curioseó un poco por su propia cuenta viendo cada presentación de los artículos, las cajas eran finas en su fondo que destellaba en diferentes tonos para lucir bien lo que exhibía como su protección. Aún cuando fuera llamativo no veía algo que quedara como un deseo de llevarlo, así que camino hacia donde estaba dialogando Caesar con la vendedora. Miró aquellos anillos antes de que fueran recogidos para envolverse.
-Lujuria.-, emitió con una sonrisa porque aquel era el único que llamó su atención entre todos los demás diseños, eran originales lo admitía, pero su gusto cayó más sobre el que parecía un poco más peculiar, aunque aceptaba que el gusto de su amigo era exquisito, sin lugar a duda ese presente como ya se había mencionado era para su amada.
Escuchó la voz de su amigo poner el énfasis en un pecado en particular, la lujuria. –Al parecer concordamos teniendo el mismo favorito, desde el momento en el que fijé mi vista en ellos, de pinta fue el que más atractivo me resultó. Ahora sumémosle su significado… Realmente me gustaría… poder incitar a mi reina a cometer ese pecado...-, expresó cuando la vendedora se alejó de ellos para preparar el empaquetado. Deseaba poder despertar en su adorada un apasionado deseo sexual, hacer que ese cuerpo sintiera un placer que tenía olvidado. Quien había captado el interés de Ran en el pasado, aquel hombre, había logrado que ese apetito fuera incontrolable, esta vez quería ser él quien lo saciara.
La mujer de negro no tardó en volver a presentarse ante él, haciéndole entrega del juego de anillos en caja, envuelto con un papel plateado con el logo distintivo del local: una rosa negra con tallo de espinas que formaba un espiral, el nombre del negocio estaba escrito en una de sus verdes hojas. Pagó con tarjeta el presente, y salió con su amigo de allí para buscar cosas interesantes en otros sitios.
Entraron en el local de junto, opuesto al otro por sus paredes multicolores y luminosidad, posters en su mayoría publicitando video juegos decoraban el lugar. Allí vendían artículos tecnológicos de lo más variados. –Estas orejitas son muy populares actualmente, el otro día en el teatro escuché a unas compañeras de Ran-Ran hablar de ellas.-, comentó a su amigo señalando una repisa donde se exponían orejitas animales de peluche mecánicas. –Tienen un censor que se activa por las ondas cerebrales del portador, provocando que se muevan. Las orejitas de gato, según escuché, son las más demandadas.-, agregó. Eran un interesante artículo para disfrazarse, especialmente para aquellas personas que habían perdido el rasgo de virginidad que en muchos casos inspiraba cierta ternura. Al ver que había de conejo blanco, se tentó a ponerlas sobre la cabeza de Aza. Nuevamente una dulce emoción nostálgica lo invadió. –Es como volver en el tiempo, mi conejito-, emitió estrujando al albino, quien entonces lucía sobre la cabeza aquellas orejas de juguete en modo activado, moviéndose como si tuvieran vida. -Supongo que no es un artículo que te interese adquirir, pero… dame el gusto, te ves tan lindo con ellas que quiero comprártelas.-, expresó tras soltarlo.
Las lujuria era unos de los primeros pecados, en su punto de vista lo veía como el principal, era el mejor instinto que se veía encontrar en el hombre, era en si mismo parte de la naturaleza de las personas, pero el más escandaloso acto tal vez era cuando no encontrabas realmente quien llenara aquella sed una vez que despertaba por completo, un tema del cual se podía dialogar de demasiado formas.
Palmeó el hombro de su amigo. -No dudo de que lo logres en algún momento.-, expresó antes de notar a la vendedora volver, miró la presentación que hizo, el color daba un buen destello al presente tomando en cuenta lo que poseía en el interior. Salió de aquel establecimiento tan pronto terminaron allí para entrar a otra tienda que no dejaba de ser peculiar pero con un destello más luminoso que el anterior, era casi como el día y la noche.
Recorrió rápidamente con la mirada lo más inmediato de la exhibición, tecnología, una variedad de artículos sometidos en esa ciencia, un conjunto que era desigual a la vista, pero continuaba una misma clasificación. Caminó hacía el estante del cual le hablaba notando las orejas, había de todas las clases, aunque por lo visto por el comentario podía era verdad, no había por el momento de forma gatuna, seguro que ya se habían agotado.
-Los felinos siempre han sido los más estéticos ante la vista de las personas, así que es normal que los productos relacionado con este animal se agoten rápido.-, emitió como un buen juicio antes de tener sobre su cabeza el peso de un par de orejas, se vio sorprendido por ello se vieron reaccionar sobre su cabeza medio doblándose por el sentir. Sonrió por el abrazo, y oyendo la petición aceptó. -Bien, puedes hacerlo, aunque es raro tener de nuevo la sensación en la cabeza después de casi dos años sin ese peso.-
No tenía mucho tiempo sin las orejas, lo que seguro era una sorpresa tomando en cuenta su apariencia, la mayoría llegaba a creer que era un libertino, pero era todo lo contrario, por eso sus apéndices no abandonaron su cabeza hasta que realmente se sintió seguro de entregarlas. -Pero como puedo negarme a una petición tuya si das aire de poner ojos de cachorro.-
Complacido porque Azariel aceptara, pagó por el accesorio. –Lo llevara puesto.-, dijo al vendedor cuando ofreció una bolsa para el artículo comprado.
-Enfrente hay una chocolatería, vayamos a buscar el postre de esta noche… Incluso podríamos probar algunos bocados ahora. Disculpa porque te haré cenar tan tarde, te prometo que haré que esa espera valga la pena. -, dijo a Aza, confiado en sus habilidades culinarias. Tenía ya preparados unos ñoquis caseros rellenos de mozzarella, y salsa para bañarlos. Estaba orgulloso de su cocina, Ran con frecuencia exaltaba sus platillos, especialmente su salsa roja, según ella en ninguno de los restaurantes que había pisado alrededor del mundo había probado salsa más exquisita. Claro que cada persona tenía sus exigencias, y le cocinaba desde hacía varios años, había estudiado muy bien los deseos de aquel paladar en especial.
Cruzaron al frente en busca de las delicias que aquella chocolatería tenía para ofrecer. Apenas ingresaron al negocio cuando escuchó sonar el tono de su teléfono móvil, introdujo la mano en el bolsillo de la cazadora que entonces abrigaba a Azariel y al ver la pantalla leyó que se trataba de una llamada de su ama. -¡Es Ran!, exclamó emocionado, pensó que quizás la reunión de trabajo había terminado antes de lo estimado. –Hola Ran-Ran, ¿quieres que ya pase por ti?-, preguntó creyendo anticipar lo que la joven requeriría, pero por el contrario ella le dijo que tardaría más, que no la esperara para cenar porque comería en un restaurante con alguien del trabajo, y que luego esa persona la regresaría a casa. –Ya veo … Esa persona…-, quería saber algo más sobre la compañía con la que pasaría la velada, pero su amada lo interrumpió antes de que pudiera terminar de preguntar, ella estaba ocupada y no podía hablar mucho más, así que se despidieron. –Cuídate…-, escuchó el sonido que indicaba que ella había dado por finalizada la llamada. -… mucho.-, terminó en susurro.
-A la orden capitán.-, dejo divertido a la espalda de Caesar cuando escuchó lo que le decía al vendedor tras comprarlo, aunque no tenia problema en llevarlo puesto, era interesante tener de nuevo orejas, aunque sin lugar a dudas atraía un poco la atención con ello. Bien, en realidad daba igual ser observado, ya lo era antes, así que sólo se sumaría un poco más de murmuraciones por su paseo. -No te preocupes, estoy seguro de que mi paladar estará extasiado por tu comida.- No lo decía sólo por halagar, estaba seguro de sus propias palabras.
Caminó hacía la tienda para poder ver las diferentes presentaciones de los chocolates, aunque hubo una pausa por el timbre del teléfono que tomó su amigo, le permitió hacerlo ya que seguía llevando su abrigo, en realidad había estado tan cómodo con el que olvidó completamente que lo tenía prestado.
Sonrió viendo a su amigo feliz por la llamada de aquella jovencita, decidió observar las presentaciones cercanas mientras su amigo hablaba, no prestaba atención pero en un punto se vio afilar su oído para escuchar. Lamentó realmente lo que tenía que vivir su buen compañero, tomó una caja de color oscuro, en el fondo había un desfile de chocolates envinados. -Te permitiré embriagante con mi compañía chocolatosa.-, dijo antes de hacerle comer un dulce, el aroma que percibió de aquellos atrajeron su atención porque aseguraban un buen sabor.
Buscaba hacerlo sentir bien aunque estaba seguro que no sería así de fácil, bueno, no había cura para el amor no correspondido cuando se enterraba tan fondo, sus orejitas artificial se movieron a su sentimiento curvándose. -Bien, ya que estaremos sólo nosotros dos me encargare de la elección del postre.- Le besó la mejilla. -Será nuestro secreto, profesor.-, memoró un tiempo de años atrás donde aquel gesto era un sincero signo de afecto.
Se movió entre la tienda para ver más allá de aquel punto donde estaban parados por aquella llamada, se sorprendió por la variedad presentada, no cabía duda que lo mejor estaba en el fondo, la presentaciones más hermosas estaban allí cerca de la caja, un desfile de hermoso arte, los tonos entre la claridad y la palidez de ambos chocolate eran interesantes, un juego de tonos café, no veía en ningún momento un tono llamativo lo cual lo hacía más sincero en el sabor.
Una casa llamo su atención, aunque seguro sería una pena comérsela, pero deseaba llevarla. Terminando la elección decidió pagar, esa compra seria por su cuenta, sonrió a la señora que le atendía escuchando sus palabras. -Sí, planeo endulzarnos esta noche tanto que tras morir y renacer de nuevo seguiremos disfrutando del sabor de esta noche…-, rió cuando escuchó lo que comento la vendedora, no esperaba que fuera visto de aquella manera su presencia allí con su amigo, cubrió su labios con uno de sus dedos en señal de silencio. -Pero él aun no lo sabe…-
Desde que se había convertido en la persona central en la vida de Ran, en todos esos años, se había vuelto cotidiano compartir los desayunos, los almuerzos, y las cenas. Cuando no comían platillos caseros, visitaban algún restaurante… juntos. Se había acostumbrado a que la presencia de su ama no faltara en los horarios de la comida. Si compartía ese tiempo con alguien más, era con Azariel, pero entonces eran tres, ella no faltaba. Su adorada solía rechazar invitaciones a comer de otras personas, por eso le resultó insólito… y preocupante. Debió encontrar a un anfitrión o anfitriona muy interesante para haber aceptado, para haber cambiado de planes a último momento… ¿Quién había conseguido la atención de su dama?, ¿acaso estaba perdiendo contra alguien más?
Intentó calmarse pensando que era una cita exclusivamente por trabajo, nada más que eso… pero inevitablemente sospechas negativas sobre el asunto se imponían. Si tenían que hablar del trabajo podían hacerlo en el teatro, aquella invitación parecía significar algo más. Y si después de cenar…-, los pensamientos que lo estaban torturando fueron interrumpidos por la voz de Azariel, aquella agradable compañía aliviaba un poco su dolor.
–Ciertamente, eres dulce como conejito de chocolate.-, respondió haciendo referencia a la típica golosina de pascua con forma de conejo; y abrió la boca aceptando el bombón, lo mordió provocando que el licor saliera dejándose sentir en una mezcla exquisita con el cacao. La voz de su amigo volvió a dejarse escuchar en un tono meloso, sintió el tierno beso sobre su mejilla, de pronto su cabeza encontró un doble sentido a la conversación… ¿Estaba confundido, o su compañero realmente se estaba ofreciendo como “postre” especial para esa noche?
Sus mejillas tomaron un leve tono carmín por el calor del momento. No sabía que decir… pero su amigo tomó distancia liberándolo de tener que dar una respuesta a la proposición, al menos por el momento. Azariel era un hombre encantador, sería criminal de su parte desperdiciar un postre tan magnífico, pero… No, aunque en ese momento pensara en la posibilidad de que Ran asistiría a una cita romántica, aún no se daba por vencido…
-Listo, vamos.-, le dijo cuando terminó la compra para atraer la atención de su amigo que al parecer se había quedado algo clavado en el suelo. Era seguro que aún se encontraba meditando sobre la llamada, bueno, no podía cambiar sus pensamientos, pero podía buscar distraerlo un poco más, al menos hasta que llegara la señorita a su casa para que ellos se arreglaran o al menos Caesar despejara su duda sobre lo que fue. -Podemos ir de vuelta.-
En el momento no había otra parada que hacer, además en la casa sería más fácil la tarea de distraerlo. En un momento pensó llevarlo a bailar, pero no creía que su amigo cedería a la idea así de pronto, y ahora se sumaban los chocolates, así que dentro de las paredes abrigadoras del hogar del mayor podía provocarlo allí para que se sumergiera al ritmo de la música, en teoría sería la misma distracción, sólo que en un lugar más cómodo donde la soltura podía estar sin mayor miramiento por no ver limitaciones.
Caminó de vuelta hacia al automóvil, pero se detuvo de pronto cuando vio un puesto de suelo, se vio tan distraído por lo que allí había que olvidó detener a su amigo, pero en realidad no se preocupo porque ya en algún instante notaría su ausencia, además sabía donde se estacionó, así que no tardaría en llegar a su lado si no notaba su ausencia hasta el vehículo.
No tardó en tomar lo que tanto atrajo su atención como si fuera algo que debiera de estar entre sus dedos, escuchó la voz de aquella persona que vestía una capucha, en realidad era muy sospechosa a la vista pero poco le importaba, miró ese listón delgado que tenía grabados claros que apenas se notaban al prestar atención, el color principal era negro, preguntó por el costo para cubrirlo a llevárselo. -¿Mió?-, expresó al ver que le entregaba un accesorio más, lo aceptó sólo por hacerlo, así que tras hacer el intercambio continuó el camino encontrándose de nuevo con su amigo.
Considerando la situación, quizás lo mejor era evitar estar solos en la intimidad de la casa, podía proponerle cenar en un restaurante esa noche, y seguir dando vueltas por allí la mayor cantidad de tiempo posible…
¿Pero en qué estaba pensando?, estaba dejando que la situación lo incomodara… Actuando como virgen, cuando la realidad era que ya había tenido relaciones sexuales con otros estando enamorado de Ran. Lo cierto era que desde el momento en el que logró acapararla para él eso había cambiado. Y recordando la conversación que habían tenido en el auto, pasar la relación con Azariel a otro nivel significaría que se había dado por vencido por completo con su ama… Aunque percibía una presencia amenazadora que atentaba contra su objetivo, aún tenía esperanza. Además, Azariel era diferente a las personas con las que tuvo sexo en el pasado, porque lo estimaba le preocupaba iniciar algo nuevo en medio de una confusión y terminar causando algún daño a la amistad…
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de su compañero, que le indicaba el tiempo de ir a casa. Asintió. Debía calmarse. Sabía que llegado el momento rechazarlo le resultaría difícil, pero… Aza lo comprendería, estaba seguro. Notó la gran caja que el conejito había comprado, por distraerse había dejado que este pagara el postre, cuando su intención al llevarlo de paseo en un principio era encargarse de todo gasto. Bueno, luego lo compensaría dándole alguna sorpresa. Le había comprado las orejitas mecánicas, pero aquella adquisición había sido capricho suyo, así que sentía que le quedaba pendiente un obsequio por ese día.
Salieron de la chocolatería y fueron en dirección al auto, no habían llegado a alejarse mucho de este. Una estatua de ángel, viviente, captó su atención por un momento, aunque sin hacer que dejaran de avanzar sus pasos.
–Ran se involucrará en una nueva obra hoy, me pregunto cuál será…-, comentó a su amigo para romper el silencio, pero entonces descubrió que no lo tenía a su lado. Volteó y a la distancia lo vio con un vendedor. Estaba por acercársele, pero el conejito comenzó a moverse hacia él.
–Te dije que cuando vieras algo de tu gusto debías pedírmelo, deja de gastar tu dinero, ¡no me dejas consentirte!- le dijo al tenerlo frente suyo, pellizcándole las mejillas en una forma cariñosa de regañarlo.
Rió aún con el sufrir de sus mejillas por aquel acto del mayor. -Lo siento, es que soy muy independiente por tantos años lejos de la sociedad.- Habló más lento. -Yo...Ser… Independiente.-, arrastraba las palabras como en las caricaturas hacían hablar a los cavernícolas, era lento, y pausado hasta cierto punto algo torpe jugando con su buen amigo, en realidad lo había hecho sin pensar, en general aquel puesto era peculiar con un vendedor como aquel que vio bajo una capucha oscura, era interesantemente místico.
-Mira, me ha atraído esto.- Le enseño la pulsera que había atraído su atención, sus grabados eran particulares, era como una especie de escritura, aunque hasta que la tuvo bien en su mano para estudiarla se dio cuenta. No le permitió tomarla a su amigo, al contrario atrapó su muñeca atando aquella pulsera a la medida de este. -No podía hacerte pagar un regalo para ti.-
Bajó sus manos cuando termino de hacer el nudo. –Bien, continuemos.- Alzó su mano derecha con la palma abierta, en son de promesa. -Juro no volver a huir de ti.-, rió de nuevo entretenido, y luego recordó lo que le había dado aquella persona como regalo, lo sacó del bolsillo. –Mira, me ha dado esto como regalo.- Era un anillo de metal oscuro, no se veía pintado ni nada, era como si así hubiera nacido aquel liquido metálico, se lo midió para ver si le quedaba en uno de sus dedos.
-Me va perfecto.-, Dijo cuando quedó en el anular, lo dejó allí aunque en realidad no era de usar accesorios, normalmente no muy seguido, pero por ese día le dejaría estar en su dedo, continuando su camino como si nada, sólo había sido una compra más.
-Tendré que mal acostumbrarte.-, agregó dejando de pellizcarlo. Estaba en su naturaleza el consentir a quienes quería. Vio la pulsera que su amigo había recién adquirido, aquella escritura… se le hacía familiar, creía haberla visto antes. El accesorio fue atado por sorpresa a su muñeca, un bonito detalle, ser mimado también le gustaba. –Gracias, será uno de mis tesoros.-, expresó contento y le dio doble beso, uno en cada mejilla.
Retomaron el camino al automóvil. –Espero cumplas, o me veré obligado a llevarte de paseo tomándote de la mano como cuando eras un niño.-, dijo al escuchar aquel juramento, recordando lo difícil que había sido cuidar al pequeño conejito inquieto en el pasado. Ser el maestro a cargo no había sido tarea tan sencilla, no por los estudios puesto que Azariel había sido un alumno brillante y dedicado, el problema era cuando lo llevaba a excursiones y se le perdía.
El albino le mostró otro accesorio más, un anillo. –Le gustaste al vendedor, por eso te lo obsequió.-, bromeó al ver que se lo probaba. Llegaron al auto, acomodó en el baúl los paquetes y marcharon a la casa.
Quince minutos más tarde llegaron a destino. La casona donde vivía junto a su ama tenía un lujoso estilo arabesco, las habitaciones de la segunda planta se elevaban en formas cupulares, con tejados en color cobrizo, las paredes del exterior eran beige en un tono oscuro, tenía ventanales arqueados en ambas plantas, y las entradas eran de mármol barnizado. Farolillos encendidos alumbraban muy bien en la oscuridad de la noche la preciosa fachada.
Guardó el coche en el garaje e invitó a su amigo a pasar a la casa. –Pónte cómodo.-, le dijo al introducirlo en la sala de estar. Era una habitación elegante, de tapiz carmesí, varios cuadros decoraban las paredes; alfombrado ocre, cortinado de seda dorada; en el centro se encontraba una mesita en rojo y dorado, junto a un juego de sillones aterciopelados rojos; del techo colgaba una araña dorada. De un gabinete rojo con detalles en dorado, sacó un álbum de fotografías. –Prepararé la cena, no tardaré. Mientras esperas, ¿quieres ver las fotos que tomamos en nuestro viaje a Rumania?
Rió. -Con amenazas así ya veo porque no surten efecto.-, bromeó con él, en realidad no pensaba distraerse más, aunque una cosa era pensarlo como algo lógico, y una muy diferente cumplirlo tratando de evitar los impulsos naturales de la curiosidad humana, pero haría lo posible por no apartarse, al menos no sin avisar.
Rememoró los buenos recuerdos de sus salidas en su infancia, y en realidad la mayoría de veces era buscado por su amigo, al parecer la naturaleza de exploración siempre se le dio por la poca atención que tenía su familia sobre él. -Puede.-, sonrió. -Me he vuelto irresistible para muchos, jaja, aunque no se veía como si le atrajera al vendedor, tal vez sólo es un servicio para que vuelva por allí.-
Entró al vehículo disfrutando del recorrido, mirando de nuevo las calles, pero en esta ocasión iba la curiosidad acompañada de ver la casa donde vivía su amigo, un desfile de viviendas inició notando las más lujosas por aquella área, y se notaba como la mejor zona. En realidad no le sorprendía porque no se podía esperar menos de ellos, y en parte porque él mismo vivió en zona así de adinerada, aunque por ahora se limitaba a estar en cuartos simples de hoteles o pequeños departamentos.
La vista era exquisita en aquella casa, no podía decir que algo no tonara con el juego de tintes de los colores del gusto que destacaba de la dueña de la casa. Pasó la vista al mayor al oírlo, aceptando se acomodó en un sillón tras observar todo con detenimiento en vieja costumbre de estudiar el entorno para no verse sorprendido. -Sí, me causa curiosidad.-, admitió con sinceridad para ver cómo fueron los gestos plasmados en las fotografías, un simple rasgo podía decirle algo de los momentos tras de la escena.
(Apariencia exterior de la casa de Ran)